Floricultoras, madres y cooperativistas
Barrio Lambertuchi, Belén de Escobar. Una tranquera abierta y un camino extenso, de una o dos cuadras, escriben Sebastián Furlong y Ezequiel Davila en El Grito del Sur. Al ingresar en el predio, el entorno rural nos marca que estamos frente a algo distinto. Una serie de viveros, uno al lado del otro, señalan lazos familiares y de solidaridad que no se pierden en ningún momento. Al estar localizado en campo abierto a veces cuesta ubicar el lugar, pero allí está; en Avenida de los Inmigrantes 1751. Allí funciona la cooperativa de floricultores «Fuerza Latinoamericana».
“Con la cooperativa nos dimos a conocer desde el año pasado, pero veníamos desde el 2021, aunque no éramos tan conocidos. La organización se basa en varios grupos de trabajo, en el que cada uno cuenta con alguna labor particular y tiene su especialidad: alguno se dedica más a los cactus, otro a las gramíneas, las aromáticas, y así varios más”, explicó a El Grito del Sur Mary Cruz Solíz, tesorera y floricultora de la cooperativa. Varias familias de la comunidad boliviana están involucradas en el emprendimiento. Las labores se reparten entre hombres y mujeres, aunque en mayor medida son las mujeres las que están a cargo del lugar y la organización de la empresa: cuentan con directora, vicedirectora y tesorera. Entre ellas no hay competencia, se “prestan” clientes y entienden que lo más importante es ofrecer el mejor producto para las distintas necesidades.
Su actividad consiste en el cultivo de variedad de plantas, divididas por sectores y acordes a las distintas temporadas de siembra. Mary Cruz destacó que muchas veces su trabajo requiere de poner en práctica la pedagogía: “No sólo nos dedicamos a cultivar y plantar, sino que también le vamos enseñando a la gente que viene cómo es el tema del trato de las plantas. Como si fueran cursos, les enseñamos y explicamos cómo es el cuidado que requiere cada planta. Eso nos lleva un tiempito, pero la gente se va contenta y vuelve agradecida”.
Los precios del lugar son sumamente atractivos, en tiempos donde muchos comerciantes (grandes y pequeños) buscan especular y sacar algún provecho económico en un contexto de alta inflación. Aquí, ir con 1000 pesos en el bolsillo puede rendir grandes frutos. Hay plantines, plantas grandes y pequeñas, de interior/exterior y para todos los gustos. Los malvones resultan muy solicitados, por su indudable adaptación a distintos climas y su durabilidad. Suculentas y cactus también, pero las palmeras no se quedan atrás. Venta siempre hay, según reconocen estas mujeres, aunque el principal movimiento comercial transcurre durante los fines de semana. A medida que el lugar comenzó a ser conocido aumentaron los clientes y las visitas, venden al por mayor y a minoristas.
La temporada alta es septiembre y octubre, después de noviembre ya empieza a bajar la demanda de plantas, y en los otros meses se dedican de lleno al crecimiento de las plantas, proceso que consiste en armar la semilla, criarlas, transplantarlas y fortalecerlas. El trabajo de floricultora es muy demandante y agotador; las plantas necesitan de cuidado constante, más aún en épocas de calor. Es de lunes a lunes. “Entramos a trabajar a partir de las seis/siete de la mañana, entre labor y labor hay que llevar y traer a los niños del colegio y volver con el trabajo, después retiras a los niños, y nos vamos al atardecer. A nosotros nos gusta lo que hacemos, lo disfrutamos, y también la gente reconoce el trabajo de uno. Vienen clientes contentos porque les dio resultado un consejo y a nosotros nos alegra mucho”.
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