Desagravio al mérito en tiempos tumultuosos

Por Diego Luzuriaga (Belén de Escobar)

La nueva era de la pandemia Covid-19 ha hecho crujir el andamiaje mundial, alterando de manera drástica nuestros hábitos y rutinas hasta límites inimaginables. Producción, transporte, comercio, esparcimiento, vida familiar y social, turismo, ámbito laboral y escuela son las principales áreas trastocadas por este reciente cataclismo que aún no cesa.

La propia subsistencia material de vastos sectores de la población planetaria se ve hoy amenazada por el diminuto virus de una contagiosidad extrema. Si bien son destacables todos los raudos avances  de la cooperación médica internacional para penetrar el microscópico misterio y enfrentar al virus temible mediante un arsenal de vacunas todavía  en fase experimental, restan numerosos aspectos oscuros en lo referido a su origen mismo. ¿Acaso pudo la transmisión del coronavirus hacia víctimas humanas ser un mero azar de la naturaleza?, tal como se afirma y según cuya versión oficial un murciélago fatídico lo propagó hacia otro mamífero indeterminado en cierto mercado chino de Wuhan para luego expandirse entre los pobladores locales y desde allí diseminarse al mundo entero; explicación fundada en que en dicha feria se vendían animales vivos para la ingesta humana, mientras se pasa por alto que en aquella misma ciudad asiática funciona precisamente el instituto de virología más sofisticado de China y donde –casualidad llamativa,  en investigaciones que contaban con financiación del mismísimo Instituto Nacional de Salud de los EEUU- era habitual manipular virus similares al de la gripe a fin de tornarlos más agresivos y letales, con propósitos de estudio. https://www.technologyreview.com/2021/06/29/1027290/gain-of-function-risky-bat-virus-engineering-links-america-to-wuhan/

Prácticas donde para exponernos a tamaños peligros globales se invocan los elevados pretextos de la prevención y la colaboración académica internacional. Como en tantas actividades humanas, un objetivo encomiable o a priori no tan riesgoso contiene el potencial de desencadenar las consecuencias más destructivas y funestas. Por algo desde las antiguas civilizaciones nuestros ancestros se empeñaron en advertir contra  los desastres desatados cuando mortales apuestan en juegos reservados a los dioses, para escarmiento de Pandora y la especie toda. No obstante, buena parte de la comunidad científica mundial parece avalar la hipótesis de un desafortunado brinco del coronavirus que provendría de murciélagos en estado natural  y que – transmitido por otros animales portadores ¿…? – terminaría alojándose en receptores humanos. Sólo un puñado de voces hace tenuemente oír su desconfianza respecto de las explicaciones oficiales ofrecidas hasta hoy, suspicacia que aumenta al revelarse que investigadores de Wuhan tenían por costumbre recolectar desechos portadores de virus en cavernas de murciélagos  para su alteración genética y que varios de ellos cayeron enfermos de una dolencia similar a la gripe, apenas unas semanas antes del brote inicial de Covid-19. Sospechas verosímiles que cobran mayor fuerza al constatar todavía una vez más cómo se impone alrededor de esta cuestión vital para la Humanidad el secretismo característico del régimen totalitario que desde 1949 sojuzga de manera atroz las voluntades de los 1400 millones de pobladores chinos actuales (ciudadano es término que difícilmente pueda reflejar el grado de sometimiento individual bajo este sistema).

Aquí por nuestras latitudes, la alarma en el Viejo Continente y las voces de alerta sobre la pandemia en ciernes llegaron con escasas semanas de anticipación, tornando a la emergencia casi imposible de conjurar, al igual que en muchos otros países. Ello no exime ni exculpa los desaciertos de las más altas autoridades nacionales, tal el caso del anterior ministro de Salud, quien cegado por su voluntarismo aseguró que el virus difícilmente llegaría a nuestras tierras puesto que la China quedaba muy lejos; o que frente al impensado peligro “la Organización Mundial de la Salud, entre las cosas que recomienda, es que uno tome muchas bebidas calientes porque el calor mata el virus”(Alberto Fernández dixit, al comando de su “gobierno de científicos”, en Radio Mitre 12/3/2020).

Lejanos quedaron esos días cuando la plana mayor de la política nacional, gobierno y oposición, se abroquelaba frente a las cámaras para reportar a la población las novedades de la jornada y transmitir prevenciones y medidas en curso. Sabemos que con el correr de los meses aquella cohesión multipartidaria inicial se resquebrajó entre recelos y acusaciones mutuas de insensibilidad, irresponsabilidad y afán de lucro político en medio de la catástrofe. Vacunatorios vip para los compinches del poder, especulación electoralista, negociaciones poco transparentes en torno a las vacunas, rivalidad sectorial e intereses geopolíticos que se priorizaron para adquirir los vitales fármacos a ciertos países y no a otros  producen hastío o repugnancia aunque no sorpresa a poco que se recuerden antecedentes tales como el uso político de las inundaciones de La Plata en 2013, las cuales dejaron un centenar de víctimas fatales mientras los muchachotes de La Cámpora se pavoneaban  con sus pecheras partidarias en la escena de la tragedia; acaso los mismos militantes rentados que hoy se ufanan para la foto poniendo sus dedos en V,  mientras dejan orgullosa constancia de una nueva usurpación de vacuna en perjuicio de a una persona vulnerable o anciana.

A nivel barrial, todavía se sigue aguardando en El Cazador por parte del fogoso funcionario Marcos Tiburzi -tan dispuesto a expedir a los vecinos multas a troche y moche- alguna explicación o disculpa respecto de la fotografía publicada en el Periódico homónimo y que testimonia cómo nuestro funcionario violó la ley de emergencia sanitaria al celebrar su fiesta de cumpleaños  meses atrás en un restaurante local; imagen donde se comprueba que el festejo superaba el número de asistentes permitidos e infracción que podría acarrearle una acusación penal a nuestro burócrata y vecino. La foto grupal de un reciente acto de campaña del médico y precandidato radical Facundo Manes en Escobar también refleja que el desprecio por los protocolos sanitarios no se limita sólo a miembros del gobierno como más de una vez los ha trasgredido el propio Presidente, quien – acaba de trascender- al igual que su pareja también sopló velitas en compañía de numerosos amigues (entre dichos visitantes a la Quinta de Olivos, un contratista del Estado de quien AF dice desconocer su nombre pues afirma conocerlo sólo como “el chino”) cuando celebraron sus natalicios respectivos en la residencia oficial y se tomaron a la jarana las restricciones vigentes que su propio gobierno había impuesto por decreto y que prohibieron tantos reencuentros familiares in extremis.

Es de público conocimiento que el presidente Alberto Fernández suele pronunciarse sin eufemismos en contrario del mérito (“Lo que nos hace crecer o evolucionar no es el mérito, como nos han hecho creer”,  San Juan, 16/9/2020). Designaciones de altos funcionarios nacionales sin ninguna experiencia ni formación en su área específica -como es el caso de la Cancillería argentina- demuestran que el presidente es coherente con sus singulares creencias, las cuales  registran por cierto antecedentes en gobiernos anteriores de diferente signo, donde peluqueros hubo que desempeñaron cargos jerárquicos en Medio Ambiente y hasta un cómico procaz fungió de embajador en Panamá, por nombrar sólo dos casos entre tantísimos otros.  Declaraciones similares de políticos nuestros en abierto combate al mérito ya fueron formuladas por el ex ministro de Educación, D. Filmus, quien resaltó como “buenísimo” que en nuestro país existiesen más de un millón de jóvenes que no estudiaban ni trabajaban (Consejo Profesional de Ciencias Económicas, 2/10/2013);  tiempos aquellos cuando la entonces presidente CFK reivindicaba a los barras bravas futboleros dedicándoles la frase “la verdad, mis respetos para todos ellos” (AFA, 31/7/2012), valen como muestras de la lucha encarnizada por parte de nuestra clase política contra el mérito, batalla en la cual el diputado M. Kirchner cumple un rol de torpedo exterminador.

Visto que la valoración del mérito ajeno parece devaluarse a diario a instancias de la dirigencia nacional hasta cotizar incluso por debajo de nuestra carcomida moneda, ¿qué esperanza puede caberles a millones de esforzados argentinos, quienes en su mayoría se desloman por progresar mediante sus respectivos trabajos, ocupaciones y empleos,  o cifran su porvenir en sus estudios, haciendo múltiples sacrificios cotidianos y sorteando obstáculos de toda índole? Por más que se pretenda degradarlo y abaratarlo desde la altanería y las flatulentas nubes de poder presidencial, el mérito resulta consustancial a la identidad y a la mística de la Nación argentina. Aquella movilidad social ascendente de otrora nacía en la expectativa de que los méritos serían por estos lares reconocidos y recompensados, a manera de un faro que atrajo a millones de inmigrantes –“en barcos”- hacia nuestras orillas hasta el día de hoy, pues estas tierras han ofrecido horizontes promisorios a aquellos emigrados tanto como a sus nativos -salidos “de las selvas”- cuando albergaban una esperanza cierta de superación material y humana a cambio de su laboriosidad, su capacidad, su conducta, sus conocimientos y aptitudes.

El mérito es aquel valor donde confluyen todo un conjunto de virtudes y merecimientos que van más allá del talento o las condiciones naturales y que el Presidente con sus palabras tóxicas pretende desconocer, cuando eleva a la disparidad socioeconómica a categoría de escollo infranqueable a todo mérito y como si únicamente aquel ogro filantrópico que sí mentase Octavio Paz, aquel Estado  falluto, clientelar y paternalista a cargo del sempiterno peronismo pudiese obrar cambios en exclusividad.

Al negar al mérito, Alberto Fernández se asume como el arribista que es y pretende desconocer en la premiación  de los méritos no sólo a los dones innatos o a los resultados obtenidos en pos de un objetivo sino asimismo a la dedicación, la perseverancia, la responsabilidad y  el valor social de un proceder decoroso.

De ahí que la intencionada entronización póstuma de D. A. Maradona por parte del actual gobierno populista no puede más que ofender a quienes cultivan comportamientos meritorios en sus vidas y consideran que la notoriedad y la destreza deportiva poco valen si no se las acompaña de dignidad personal y respeto por el prójimo. La explotación del mito maradoniano con finalidades políticas al tiempo que las escuelas han permanecido cerradas durante meses y meses no es otra cosa que la constatación de los paupérrimos méritos de nuestra clase dirigente sumida en el ventajismo, el acomodo y la soberbia del poder.

Ante este sabotaje sistemático y deliberado a los esfuerzos colectivos desde la propia cúpula presidencial, donde sin disimulo alguno se intenta socavar las cualidades del mérito negándole su condición de valiosa virtud, resulta indispensable que la ciudadanía siga desarrollando con plena convicción el mérito propio así  como reconociendo, alentando y destacando los méritos ajenos, con la necesidad de preservarlos ante las embestidas y rebuznos amplificados por megáfono de quien, encarnación del Kambalache, pasaba hasta hace poco por ser gran profesor.