Los abrazos guardados

Por Marcelo Román

Hubo un tiempo que estuvimos lejos de nuestros afectos. Un tiempo de temores y desconcierto. Debimos alejarnos unos de otros, para proteger y protegernos. Nunca pensamos que podríamos estar viviendo en esa pesadilla futurista. El futuro nos alcanzó pero no era lo que esperábamos.

Y nos cuidamos esperando que el mal no nos alcanzara y dejamos de estar con los seres queridos para no llevarles el mal en nuestras prendas. Nos encerramos tras los muros de nuestras casas haciendo de ellas nuestro mayor refugio. Sentimos por las redes el dolor, la muerte, el horror de una difusa destrucción masiva que llegó a golpear en nuestras puertas y también, por esas mismas redes, nos hicimos eco del sentido del humor de lejanos desconocidos que nos hicieron sonreír ante la tragedia y nos enteramos de la valentía y el trabajo denodado de héroes anónimos que pudimos sentir como propios aunque hicieran su mejor esfuerzo a miles de kilómetros. Conocimos la generosidad, la entrega desinteresada de personas que pusieron su responsabilidad por sobre su integridad física

Nos hicimos más fuertes y a la vez sentimos la debilidad y la futilidad de la vida aunque intentamos seguir adelante, estudiando, enseñando, encontrándonos cada vez más con nuestra humanidad.

Tapando nuestras sonrisas para poder movernos en el afuera, blindando nuestro espacio con distanciamiento.

Y de pronto, la tierra cansada, libre de las multitudes humanas volvió lentamente a los antiguos lugares que frecuentara aunque ahora no hubiera Naturaleza sino asfalto y construcciones. Vimos con alegría a los animales paseando donde antes veraneaban miles de humanos, vimos las aguas oscuras volverse cristalinas, los cielos prístinos y el aire más puro y supimos en pocos días que para cuando el encierro termine algo habrá que cambiar en nuestra relación con el ambiente. Al menos algo habremos aprendido.

Nos encontramos con nosotros mismos e intentamos conectar con los demás.

Supimos que nos debemos ser más tolerantes, más empáticos y más conscientes de nuestra fragilidad y finitud pero no con un sentido fatalista, no con un sentido de urgencia sino para reconocer que estamos en este mundo para comprender que no debe haber divisiones, que la enfermedad nos hace iguales y nos brinda la oportunidad de vivir como una verdadera humanidad.

Y en todo el camino para ganar debimos perder, posponer y dejar de lado esas cosas que damos por hechas y que dejamos muchas veces para otro momento pensando que tenemos mucho tiempo y aprendimos sobre el tiempo de ser, de hacer, de crear.

Entre todo ello, cuando nos aislamos, nos alejamos, cuando tomamos saludable distancia, nos debimos guardar los abrazos, como quien cuelga un abrigo de invierno hasta la próxima temporada. Esos  abrazos que no tienen época pero que ahora están prohibidos y son más necesarios que nunca.

Por eso es que debemos luchar, esperar y no retroceder, para que vuelvan los abrazos. Y cuando vuelvan, no serán los mismos. Como nada de lo que volvamos a hacer cuando salgamos de nuestros hogares. Y porque algunos muchos no pudieron abrazar a los suyos en su última partida.

Cada abrazo tendrá el sabor de un triunfo, la calidez de los que se dan cuando llegamos de un largo viaje, la plenitud del afecto, la sencillez de la vida misma. Un gesto tan simple, pero tan lleno del sentido de aferrarnos, de unirnos, de compartir, de cuidarnos. Un abrazo es entablar un diálogo sin palabras, es proteger al llegar y despedir al partir. En un abrazo entregamos algo de nosotros y nos quedamos con algo del otro.

Un abrazo es sellar un pacto. En la promesa de esos abrazos que dejamos pendientes está la salida.

Los abrazos que tenemos guardados, esperando su momento, son los que nos dan la respuesta porque tenerlos allí, latentes, nos dan la esperanza que la pesadilla terminará y entonces sí, estaremos festejando, seguramente, con los más fuertes abrazos que teníamos guardados. Esos abrazos donde se abraza con el corazón, contenemos la respiración y cerramos los ojos para que nada de ese momento se escape.

Abrazarnos en la vida que burló a la enfermedad. Abrazos sin prisa pero urgentes. Abrazos de viajeros en el improbable oasis en el que se encuentran los supervivientes. Esos abrazos de ternura donde la propia existencia no es nada sin el encuentro con los otros.

Un abrazo, para recibir el esplendoroso día después de una larga noche.

*Marcelo Román es un vecino del barrio El Cazador, profesor de Educación Física y fundador y dueño de CarboListo.