«Mi bosque se transformó en un paisaje árido»
«Antes, el bosque rodeaba mi casita de madera. Hoy solo queda tierra árida», cuenta Andrea con profundo pesar. Hace 15 años compró un terreno de 10 x 50 sobre el arroyo Leber. La naturaleza, la tranquilidad, el arbolado le fascinaron. «Con el tiempo, surgió la posibilidad de comprar el terreno contiguo, donde construí mi casita de palos para conservar todos los árboles posibles y estar rodeada de bosque», relata Andrea. «Mi casita es cómoda para lo que busco, que es desconectarme un poco. Ni siquiera tengo electricidad, me manejo con el ritmo circadiano. Utilizo una bomba antigua para sacar agua del río y el resto lo traigo del continente. Encontré mi lugar en el mundo en contacto con mi entorno natural, en perfecta comunión con la pachamama, el río, la fauna y la flora. La idea era vivir de forma permanente aquí». Jamás imaginó lo que vendría con el tiempo: un emprendimiento inmobiliario que destruyó 13 hectáreas de bosque nativo junto a su casa. «No dejaron nada, absolutamente nada. La destrucción cambió todo: el ambiente, el bosque desapareció y con ello toda la belleza de mi lugar en el mundo», asegura Andrea con tristeza. «Lo que no se entiende es que supuestamente la gente busca la naturaleza para conectarse, pero cuando llegan, lo primero que hacen es destruir todo».
La vecina intentó por todos los medios encontrar una solución: «Recorrí la UGC 7 y la Dirección de Hidráulica para presentar mi queja y reclamo de preservación, pero solo tomaron nota de mi reclamo. El daño ya está hecho. Mis vecinos no son mala gente, pero no respetaron el lugar, para ellos es solo un negocio inmobiliario. Y lamentablemente, el Estado no se ocupa de preservar la naturaleza, ¡el principal bien del partido de Escobar!». También habló con una señora llamada María Laura, «quien supuestamente tiene un cargo importante en el municipio, y me aseguró que tomaría nota para investigar, pero aclaró que si era dentro de un predio privado, ellos no podían hacer nada».
Finalmente, la vecina decidió acortar su estadía en su propia casa; ahora pasa parte de la semana alojada en el continente, «porque el clima en mi casita ha cambiado mucho al no tener bosque». Los cambios son notorios: «El bosque solía protegerme, dándome abrigo y resguardándome del frío y el calor. Me mantenía atenta a los pájaros, colibríes, mariposas, roedores, pavas de monte, garzas y otras especies autóctonas que venían a alimentarse de semillas de árboles, arbustos y frutos de las anacahuitas. Hoy en día solo quedan bandadas de tordos que se refugian en los 3 o 4 árboles que pude preservar en el límite lindero con mi vecino».
Aunque Andrea asegura no oponerse al progreso, sí se opone «a lo ilógico e irracional de la gente que dice querer un entorno natural y lo primero que hace es destruirlo».
El distrito de Escobar, que solía lucir con orgullo el lema de «Ciudad de la Flor», con sus bosques, ríos, arroyos y la presencia abundante del verde, está cambiando a un ritmo desconocido. Le llaman progreso y desarrollo, pero parece que la naturaleza ya no tiene la misma cabida en este nuevo Escobar.
Que tristeza! Y que impotencia!
Al ritmo de los negocios y los negociados. No sólo los intendentes están «ciegos», los concejales (nuestros representantes, supongamos) están además sordos a la función de contralor y a estudiar las ordenanzas que preserven lo irrecuperable, sino que se ocupan de votar cosas que no siquiera han leído. Y de eso, no hay excepciones de color político