En torno de los libros: mitos mentiras y ficciones (parte II)

por D. Luzuriaga

 

Puesto a desmitificar -y en cuanto amante de la literatura y autor aficionado-, soy de los que creen – a diferencia de ciertos disertantes en la Feria que veneran a “el libro” como si de un fetiche se tratase – que los libros no necesariamente son buenos o positivos de por sí, pues notorios han sido en la Historia humana casos donde determinadas escrituras han sentado férreas bases para instalar un modelo opresor durante siglos, ora imponiendo mandatos religiosos, ora buscando someter a naciones enteras bajo un dogma político totalitario y severamente redactado. Es que la frontera entre ficción, mito o engaño tiende a ser muy tenue. Los gustos y pareceres de la Humanidad no podrían ser más dispares y ello indefectiblemente se viene reflejando desde la invención del alfabeto en inabarcable multi-Verso de composiciones, estilos, géneros, lecturas… Textos que para algunas personas resultan la Verdad revelada, para otras no son más que un cúmulo de supercherías. Y viceversa.

Ilusos quienes creen que los libros siempre liberan o esclarecen. Tan poderosos pueden ser los libros que han llegado a imponerse como herramienta para doblegar voluntades, obsesionar al sugestionable y condicionar su mente. ¿Seré tremendo reaccionario por situarme entre quienes prefieren salvar un buen árbol a que se lo sacrifique para fabricar un libro mediocre?  Máxime en tiempos donde la edición digital bien permite prescindir de papel.

Si el discurso inaugural de G. Saccomano en la citada Feria el año pasado -donde se jactó de ser el primer escritor en cobrar por su perorata, de hurtar libros en las tiendas y deliberadamente buscó ofender a sus anfitriones- fue pedestre y deleznable, la presentación de la actual versión 2024 a cargo de la autora L. Hecker no parece revolotear mucho más arriba.

El posicionamiento de muchos literatos, eruditos y académicos contra el actual gobierno nacional tiene para invocar sólidas y valederas razones frente a los modos estridentes, procaces y furibundos de quien recientemente fuese electo Presidente de la Nación, pero la contumacia por parte de muchos de estos tuertos intelectuales en no anoticiarse sobre el porqué del vuelco electoral del 19/11/23 contra un estado calamitoso de situación productiva y laboral en nuestro país al cabo de décadas de pésimos manejos administrativos, su tibieza respecto a toda una era de corrupción desenfrenada y profusamente demostrada en las Cortes de Justicia, su anterior apatía ante abusos no sólo económicos -como el derroche sistemático, el derrumbe del salario y la inflación empobrecedora- sino también incapaces a la hora de advertir -más cercano a su esfera- el decadente estado de la educación nacional según reflejan resultados alarmantes en las pruebas PISA y otros índices, tras concluir largos gobiernos de considerable afinidad con dichos sectores.

Súmese la condescendencia de muchos plumíferos y culturosos ante los intentos de socavar nuestra lengua -patrimonio cultural por excelencia- mientras insistían en el ámbito oficial con el adefesio denominado “idioma inclusivo”, incompatible con la creación literaria. Se percibe en todo ello cómo parte considerable de esa cofradía de escritores embanderada con el “progresismo” se mostraba hasta el pasado 10/12 mayormente callada -fuese por prebendas, por lisonjas, o por identificación ideológica-, imperturbable frente al despilfarro y la discrecionalidad en el uso de recursos estatales,  ajena  a la colonización partidaria de las instituciones, asimismo indiferentes a la segregación por razones ideológicas contra ciertos integrantes de su propio gremio.

Pocos atisbos de autocrítica se vislumbran entre aquellos intelectuales identificados con “el campo popular”, ante las secuelas de prolongados gobiernos cercanos a su preferencia. Inocultable acabó siendo para el votante común que el modelo filo-bolivariano de clientelismo, militancia rentada, provincias feudales, proliferación de ñoquis y acomodados, yates y chocolaterías, negociados, retornos y fortunas mal habidas tenía tanto de inmoral como de inviable. En contrario al ciudadano de a pie, buena parte de nuestros escritores lucen todavía algo estupefactos, incapaces de tomar nota sobre tan clara concatenación entre causa y efecto.

En la Feria, se torna preciso escrutar más allá de ese palco supuestamente literario, aunque tan desprovisto de magia o poesía como para ahuyentar al lector más decidido. Desde el escenario, el director de la Fundación El Libro y presidente de la SADE, A. Vaccaro, en destemplado modo reality show acusa al Presidente de despreciarlos y al gobierno de mentir sobre los montos por alquilar un stand en su predio. Imperioso es tamizar tanta gruesa hojarasca editorial -libros de autoayuda, pseudo ciencias, dietética, biografías farandulescas y stands enteros ocupados por clubes de fútbol- para encontrar alguna brizna de literatura genuina. Por fortuna, este año se ha resuelto rendir homenaje a la ciudad de Lisboa, cuna del poliédrico Fernando Pessoa.

A leguas, en cambio, de cualquier perla literaria durante su discurso inaugural, la oradora Liliana Hecker (si hasta se diría que “a otra cosa, mariposa” y “año verde” fueron sus más memorables hallazgos) pasó revista a los consabidos clichés y expresiones de deseos del progresismo bienpensante. Pese a afirmar que la lectura conlleva el cuestionamiento de la realidad y de la Historia no se privó la narradora de suscribir el incuestionable y mítico número de los 30 mil y otras afirmaciones tan anodinas en estilo como huérfanas de rigor analítico. No obstante haber planteado “unos cuantos y bien bravos defectos debemos tener para estar como estamos” tras su diagnóstico de obviedades, lejos de indagar en cualquiera de ellos la perspicaz pensadora.

A qué extrañarse de conformismo semejante, si -entre tanta aquiescencia- poco o nada cuestionaron los combativos íconos nac´n´pop aquel interminable confinamiento que el gobierno del FdT le impuso al pueblo argentino entre 2020 y 2021, donde se cercenaron las libertades públicas, se vulneró la Constitución y se privó a millones de alumnos de sus derechos educativos durante casi dos años enteros.

Si en el desbarajuste actual el presidente J. Miliei se conduce como el proverbial elefante en el bazar, llegando a tratar de héroes a los argentinos que se han llevado su dinero al exterior, tampoco se debería olvidar declaraciones como las de la entonces presidente CFK, cuando elogió en un discurso a las delictivas barras bravas futboleras, a quienes reivindicó por su apasionamiento. Y tal vez fuese por ello que en su momento –a diferencia de los disturbios ya reseñados contra expositores de otras tendencias- la presentación en la Feria de la obra  “Sinceramente” se realizó de manera amable y plácida, tal como hubiese sido menester en todos los demás casos.

Tratándose de Presidentes que a la vez son autores, los curiosos e interesados en la composición literaria lamentan que se haya terminado cancelando la presentación del último libro  de J. Milei en la Feria del Libro y no acceder al proceso creativo del experto economista  para concebir y plasmar sus obras de referencia. Y por qué no, constatar la buena fe y cabal autoría de dichos trabajos, desechando versiones sobre plagios reiterados, como las que publicó el semanario Noticias algún tiempo atrás. En el caso de que se probase una excesiva coincidencia literal de palabras publicadas por Milei con obras de otros autores ya anteriormente registradas, ello no necesariamente implicaría un copiazo, podría tratarse también de una demostración del respeto por la propiedad privada por la vía del absurdo, recurso no poco extendido en la esfera pública.

Concerniente al tema específico de los libros de texto destinados a escuelas estatales y administrados por las autoridades -tema de capital importancia- en base a mi acotada experiencia en escuelas públicas (poco más de dos años en la ES11 de Garín,) he de decir que hacia 2015 dicho establecimiento contaba con libros suficientes (uno cada dos estudiantes) y adecuados para impartir inglés a mi curso de 5to año. Lo llamativo era comprobar que el Estado había adquirido innecesariamente varias series de libros de distintas editoriales para un mismo nivel y -por el contrario- se carecía de material para los niveles siguientes. Tanto la directora como la bibliotecaria mostraban bastante desinterés porque esos libros se usaran en clase (de hecho la primera respuesta de la directiva ante mi consulta fue “en la Biblioteca no hay nada”, cuando claramente sí había).  Pese a su poca práctica y escaso nivel de conocimientos, los alumnos no leían del todo mal, aunque su falta de familiaridad con libros de texto era palpable. Mi conclusión: la existencia de material educativo por sí mismo y por valioso que pueda ser, lejos está de garantizar aprendizaje alguno si no se lo implementa de manera integral, meditada y sostenida. En la 11, tampoco ayudaba la escasa disposición de directora y bibliotecaria hacia el inglés, lengua que parecían desconocer por completo. Un sistema educativo suele ser tan competente como quienes lo implementan. Me alegra consignar que días atrás coincidí en Garín con una ex alumna veinteañera ya graduada, quien me contó que sigue estudiando la materia.

Y para culminar nuestro itinerario libresco de otoño, abnegados y pacientes lectores, un botón de muestra local sobre cómo suelen concebir los ya aludidos sectores populistas el rol de los libros y la cultura. Necesario es volver a denunciar en este Periódico el modo en que la Biblioteca Municipal Arturo H. Illia ha sido jibarizada a partir de 2016 por la administración de A.B. Sujarchuk, quien desde sus amplias instalaciones otrora en T. de Cruz al 1280 decidió trasladarla a su actual emplazamiento sobre Mitre 451,   para reducirla  a un cuartito de tres por cuatro y donde brilla por su ausencia su denominación original ¿Cabe sorprenderse de que el nombre de aquel médico altruista y Presidente intachable derrocado en 1966 haya sido del todo eliminado por una administración peronista que no cesa de proclamarse “inclusiva”? Quien haya leído “1984” recordará lo que sucedía con las “impersonas”, cuya existencia y recuerdo se suprimían por completo. A semejanza de dicha novela, en Escobar los retratos del Pequeño Hermano Ariel son omnipresentes, como omnipresentes eran los retratos del Gran Hermano en la Eurasia de Orwell.

Es que -en las palabras- todos somos demócratas, respetuosos y pluralistas, almas sensibles que nos desvelamos por “la Cultura”, a la manera de ciertos intelectuales domésticos, quienes pululan por la Feria Internacional del Libro y súbitamente parecen haber recuperado su capacidad para el asombro y el pataleo.