El modelo cultural nos incumbe a todos (parte 2)

Por D. Luzuriaga

En otro orden, empresas editoriales advierten que sería un grave error eliminar la ley de precio fijo, por cuanto numerosas librerías independientes -y que son una característica singular de nuestro país- quebrarían ante cadenas de supermercados, alerta que suena justificada y atendible. Respecto al FNLA y los institutos nacionales de Teatro y Música, carezco de elementos para emitir opinión.

En cuanto a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, red de asociaciones civiles de largo arraigo entre nosotros, se trata de un servicio indispensable para la educación y formación de ciudadanos pensantes, igualadora de oportunidades por excelencia, que conforma un pilar principalísimo del progreso de una Nación. Tiendo a creer que la gran mayoría de las Bibliotecas allí integradas cumplen su función de manera cabal, sin sesgos ni sectarismos ideológicos.

No parece ser el caso de la Biblioteca Popular 1673 de Escobar, situada en H. Yrigoyen 514, cuya denominación oficial sigue figurando con su nombre original de “Bernardino Rivadavia” pero que en un arrebato asambleísta fue rebautizada en 2011 como “Biblioteca 20 de diciembre”, infringiéndose desde entonces el ARTICULO 2°de la Conabip — “Las Bibliotecas Populares se constituirán en instituciones activas con amplitud y pluralismo ideológico”.

Durante años pasé por delante de su fachada revestida de imágenes y slogans políticos creyendo que se trataba de un local partidario y no fue hasta tiempo después que supe que aquello era un espacio subsidiado por el Estado nacional, supuestamente en línea con las Bibliotecas Populares y apolíticas que yo solía frecuentar en las localidades de Martínez y de Vicente López, próximas a mis domicilios anteriores. Y así fue que un día me decidí a ingresar en la Biblioteca Popular de Escobar, levemente intimidado por los afiches combativos, las consignas militantes y una vez atravesado el umbral psico-bolche me encontré con estanterías bien surtidas y obras catalogadas en base a un software común a toda la Red nacional, con variedad de libros de autores propuestos por los socios y que se adquieren con fondos oficiales provistos para ese fin, además de donaciones por parte de vecinos y asociados. Allí hice en su momento entrega de la colección de los libros preferidos por Borges, que me diera mi recordado amigo Pablo Trajtenberg, quien parte de su vida residió en El Cazador y títulos que hoy enriquecen ese catálogo. En la “Biblio” también dicté durante unos meses de 2015 cierto taller de escritura que por efímero que fuese y escasos los asistentes bastante me sirvió a la hora de crear.

Aunque muy lejos de compartir el dogmatismo que se pretende imponer desde la “Biblioteca 20 de diciembre” al ciudadano independiente, suelo hacer valer mi derecho como miembro y en ocasiones tomo en préstamo ciertos autores de mi interés por un módico arancel. Así de útil, asequible y valioso es todo cuanto puede ofrecernos una Biblioteca Popular legítima, si se la preserva de las zarpas de la ideología totalitaria, esa que no descansa en su afán de lograr mediante abusos y ardides aquello que la voluntad ciudadana rutinariamente le niega (votos obtenidos en 2023 por el Frente de Izquierda en Escobar: 3,13%).

Queda claro que dichos sectores se guían por la máxima de A. Gramsci (“La conquista del poder cultural es previa a la del poder político”) y se muestran sin el menor pudor dispuestos a obturar cualquier diversidad allí donde se enquisten dentro la órbita del Estado. Asistimos en Escobar a una malversación manifiesta de la Biblioteca Popular 1673, “Bernardino Rivadavia”,  usurpada por sectores sin apenas representatividad alguna que desde hace años se apoderaron de ella y que en los hechos espanta al usuario, vista la muy escasa concurrencia vecinal. Obsérvese su fachada multicolor y notarán que entre los toscos retratos de su frente no consta escritor alguno, sino los rostros de infortunados activistas sociales transformados en mártires para las causas de la izquierda, Mariano Ferreyra, Santiago Maldonado y siguen los nombres… Donde no podía faltar el pañuelo blanco y su trillada consigna, para impedir cualquier atisbo de pluralismo y vulnerando en los hechos aquello que el estatuto de Conabip establece y exige.

Obvio es señalar que, tras el balotaje del 19 de noviembre pasado, la correlación de fuerzas ha cambiado significativamente en nuestro país, desde el momento en que el grueso del electorado decidió poner fin a una etapa negativa y larga por demás, aún a costa de elegir una opción incierta y arriesgada.

Quienes creemos en la cultura como manifestación libre, diversa y múltiple, motor irrefrenable y espontáneo de la sociedad, fuente de placer y alimento intelectual sabemos que ni siquiera durante gobiernos de facto la actividad artística decayó por estas latitudes.

Quienes hoy buscan manipular y amedrentar una vez más, agitando el fantasma de pretéritas dictaduras sólo desnudan su desprecio por la alternancia y su propio totalitarismo, como dejara en evidencia el director cinematográfico A. Aristarain y exponente de estas facciones, “Hay que ganar la calle hasta que caiga el gobierno”, según su llamamiento sedicioso en Página 12 el 11/1/24.

La función de toda Biblioteca es permitir al ciudadano encontrar por su propia cuenta y riesgo aquellas respuestas que busca. El modelo cultural que nuestro país necesita es el que se plasma día a día en un sistema de libertades, a salvo de prebendas o extorsiones políticas, donde la calidad de las obras, originalidad de ideas e innovación estética no requieran de mayores recursos que perseverancia, talento e imaginación