El modelo cultural nos incumbe a todos (1° parte)

Por D. Luzuriaga

Uno de los aspectos de la llamada Ley Ómnibus a debatirse en el Congreso por estos días -y que tan variados ítems abarca- tiene que ver con las políticas culturales de Estado. En el proyecto se busca modificar el modo de financiamiento estatal en la  producción cinematográfica, el Fondo Nacional de las Artes, el instituto nacional del Teatro y el de Música, así como aspectos de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares.

Citaremos la definición de “cultura” por parte de la RAE, reparando de lo amplio del término: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial en una época, grupo social, etc.”

Asimismo, cultura es sinónimo de cultivo, con lo cual tampoco parece el mundo agrario ajeno a la cultura, antes bien, se diría que la expansión del término “cultura” hacia el conocimiento, a lo artístico, es posterior a la labranza y se funda en su similitud con el trabajo de campo, metódico y riguroso para alcanzar el resultado previsto, ya sea una cosecha abundante, una sinfonía compleja o una lograda novela.

“Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” es otra acepción de cultura, y no menos relevante, pues se trata del cultivo de uno mismo, para forjarse en individuo autónomo.

Nadie puede erigirse en portavoz de “la cultura”, así como nadie puede ser del todo ajeno a ella. Incluso el menos educado entre los ciudadanos se conmoverá ante una bonita melodía, un dibujo eximio o un proverbio ingenioso. Y hasta el iletrado podrá sorprendernos con sus tallas en madera, la magia de su flauta o sus hermosos tejidos. Mientras el menos leído entre nosotros es capaz de expresarse tantas veces con mayor altura que muchos comunicadores y panelistas chabacanos que acaparan la televisión- sin excluir al actual Presidente, famoso por sus exabruptos y procacidades. Claro que Javier Milei no se muestra como el único mandatario huérfano de modales y cultura, si también la ex presidenta CFK tiene por costumbre alzar su dedo medio y hacer fuck you a quienes le recuerdan en público que la Justicia Federal la ha sentenciado por ladrona de sumas millonarias.

De manera significativa, muchos de los 20.000 firmantes que hoy dicen “defender a la cultura” y marchan contra las reformas legislativas fueron seguidores fervorosos de la vulgar cleptócrata, de quien recibieron toda clase de dádivas y privilegios durante veinte años de kirchnerismo, retribuyéndola con adulación sin límites. Y bien pocas de estas célebres figuras -si acaso alguna- se escandalizaron cuando el Tribunal Oral Federal 2 dio por demostrados sus delitos sistemáticos contra el patrimonio nacional cuando Cristina Fernández ejercía el más alto cargo en el Estado.

Es que el copamiento de la cultura empezó desde el minuto cero de los K, con Alberto Fernández organizando conciertos de rock en la Casa de Gobierno para promover a Néstor Kirchner. La discriminación contra quienes se negaron a rendir pleitesía también fue inmediata, como lo prueba el caso de Federico Andahazi, cuya intuición le hizo rehuir los convites, para verse excluido de toda delegación oficial de escritores argentinos al exterior, pese a ser el narrador nacional con mayores ventas (tiempo después, la gestión de H. Lombardi en el gobierno de JxC buscaría compensar el agravio, de manera harto discutible). Quien también padeció discriminación por parte del kirchnerismo fue el reconocido actor Luis Brandoni, a quien no obstante su digna trayectoria se le ofrecieron apenas tres papeles en cine durante largos años en que se filmó una innumerable cantidad de mediocridades y bodrios, casi siempre financiados a pérdida por el INCAA, cuya nómina pasó de iniciales 90 a los 1.000 empleados actuales.

Actores y directores pretenden hacernos creer que no es el Estado quien solventa dichas películas deficitarias, aunque admiten que los ingresos de Sagai (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes) provienen del 1,6% de todas las entradas de cine y se cuidan de decir que gran parte del dinero obtenido surge del 0,1% sobre  todos los pasajes aéreos, de tren, ómnibus y cualquier transporte que lleve pantallas, como también el 2%  del ingreso de los canales de televisión y de un impuesto sobre cualquier pantalla situada en hoteles, bares, restaurantes, hospitales, clínicas y sanatorios”, sin importar que transmitan programas con actores nacionales o no, pues así lo exige la Resolución 181/2008, firmada por la expresidenta Cristina Kirchner. 

Lo cierto es que difícilmente exista un caso más literal de dineros públicos (dinero que aporta el público) para solventar los caprichos de nuestros Fellinis vernáculos y el divismo de quienes tanto se conduelen de la situación social desde el más suntuoso confort -de manera que poco extraña hoy ver a ñoquis subvencionados entrando en pánico al ver en peligro su queso. Después de haber militado disciplinadamente engendros culturales diversos, entre los que se cuenta el “lenguaje inclusivo”, que se promovía hasta ayer desde ministerios y medios públicos, jerigonza que tornaría impracticable cualquier libreto dramático.

https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/cine/los-numeros-del-incaa-gasta-mas-en-burocracia-que-en-hacer-peliculas-los-estrenos-que-no-vendieron-nid25012024/

En buena hora si el Estado nacional consigue librarse de semejante lastre deficitario ante la imperiosa necesidad de sanear y equilibrar las finanzas nacionales, vertiginoso agujero negro, consecuencia del latrocinio K y la ineptitud M.

¿Habrá que enfrentar una hecatombe cultural si los subsidios dejan de fluir y la cineasta Floppy K no vuelve a rodar una de sus épicas o un cantor de los kilates de L-Gante ya no es recibido por el Presidente en la quinta de Olivos?

¿Traería una Ley semejante la “destrucción” de toda producción teatral y cinematográfica en nuestro país, según vaticinan estos ardientes defensores de (Unión por) la Patria? Confiamos en que no. Quienes intenten llevar adelante proyectos fílmicos de costo considerable habrán de convencer a capitalistas -locales o foráneos-, para que vislumbren en ellos una potencial ganancia, ya que así funciona todo negocio legítimo. Ello sólo ocurrirá si el guion es logrado, el director es experto, el elenco convincente, las locaciones atractivas y de ese modo nos ahorraremos un cúmulo de soporíferos estrenos con diez espectadores a lo sumo, balbuceos amateurs y distorsiones históricas al uso nac´n´pop, como venía sucediendo hasta ahora y todo a costillas del respetable público.