Cuando la transparencia depende de Papá Noel

Aunque parezca insólito, uno de los secretos de Estado más celosamente resguardados por la Municipalidad terminó siendo revelado por…¡Papá Noel!.

La historia es así: el intendente Sujarchuk siempre profesó el dogma del “Estado Presente”. Pero, a medida que la sociedad fue modificando su percepción —como acaso sintetizaría la célebre Doña Rosa: “Pago una fortuna en impuestos y recibo a cambio calles rotas, hospitales sin insumos, una educación pública que mejor ni hablar… y una seguridad que no garantiza ni volver vivo”— el jefe comunal encontró una de esas soluciones semánticas tan propias de la política argentina: el “Estado Presente” pasó a rebrandearse como “Estado DASE” (dinámico, ágil, sencillo y eficiente).

Pero, en el fondo, no cambió nada. Solo el rótulo. El ahora “Estado DASE” sigue siendo, para muchos, el mismo Estado FOFO de siempre. Claro que no para la filosofía política del mandatario escobarense, para quien la presencia municipal debe ser visible, exuberante, omnipresente. El vecino debe verla, sentirla, rozarla… aunque en la práctica sirva para muy poco.

Quizás por eso Escobar se convirtió en el distrito con la mayor densidad de vehículos oficiales circulando por todas partes, en una escala que no se registra en ningún otro partido del conurbano.

Y si bien todos los intendentes a lo largo de la historia incorporaron amigos, parientes y militantes, jamás se vio una escala industrial semejante a la de los últimos años.

Nuestro periódico solicitó en más de una oportunidad información precisa sobre la cantidad de empleados municipales: planta permanente, contratados, eventuales… lo que fuese. La respuesta oficial fue casi un insulto a la inteligencia: “Estamos digitalizando la información”. El secreto permanece bajo siete llaves.

Lo dramático es que ni siquiera los concejales de la oposición tienen derecho a conocer esa cifra.

Hasta que alguien improvisó un método casi artesanal para aproximarla. Y lanzó, con total naturalidad: “El año pasado compraron 6.000 cajas de Navidad para regalar a los empleados”. Eureka.

En definitiva, gracias a Papá Noel se obtuvo una aproximación numérica. Claro que entre esas 6.000 unidades adquiridas es muy probable que haya habido algunas reservadas para funcionarios que pidieron cajitas extra para quedar bien con familiares, amigos o vecinos. Total, siempre paga el contribuyente.

Dentro de ese universo —que ahora estimamos en unos 6.000 empleados— hay, sin dudas, muchos trabajadores dignos, responsables, necesarios, con vocación de servicio y que realmente cumplen con su función.

Pero… ¿cuántos son los otros? ¿Cuántos “ñoquis” financian hoy los contribuyentes sin saberlo? ¿Cuánto dinero se podría ahorrar si el Estado se administrara con lógica, profesionalismo y sin militancia remunerada disfrazada de función pública? ¿Cuántas cuadras se podrían asfaltar —o cuántos baches tapar— con lo que se va en sostener estructuras políticas improductivas?

Ahí reside, en verdad, el secreto que Papá Noel dejó al descubierto.