Ruta 26: cuando el orden nace de la comunidad

 

Qué grato resulta recorrer la Ruta 26. La provincia hizo un trabajo ejemplar en su reciente pavimentación: una obra de envergadura realizada con respeto por el entorno. Muy poca vegetación sufrió daños, y la arboleda luce tan densa y viva como siempre. A lo largo del trayecto, entre la Panamericana y el límite con Pilar, reinan la limpieza, la armonía y una pulcritud poco frecuente en estos tiempos.

Sorprende —y alegra— no encontrar los habituales carteles de propaganda privada y política, o anuncios municipales que suelen invadir otros puntos del distrito. Solo queda, descolorido y solitario, un pequeño cartel con el rostro del intendente, vestigio de una vieja campaña. Nada más. Ninguno de esos carteles que proclaman “obras” que, muchas veces, financian la Nación o la Provincia, pero que el municipio se apura en adjudicarse.

Nada de esto es fruto del azar. La comunidad de la zona de la Ruta 26 está organizada, atenta y dispuesta a actuar cada vez que detecta una amenaza —sea privada o estatal— contra la calidad de su entorno. Es un ejemplo de ciudadanía activa, de esa fuerza activa que logra mantener en pie lo que el poder, muchas veces, descuida.

El contraste con la Ruta 25 (fotos izquierda y abajo) resulta inevitable. Allí, reinan la destrucción de humedales, la cartelería caótica, la suciedad y el abandono. Es el reflejo de un municipio que reacciona solo ante la presión, que carece de iniciativa propia y cuya acción parece depender siempre del reclamo. Y en la Ruta 25, la ausencia de organización contrasta con la vitalidad que muestra su hermana de Ingeniero Maschwitz.

La Ruta 26 deja una lección sencilla pero profunda: cuando la comunidad se une, el espacio público florece. Donde el Estado se ausenta, los vecinos pueden —y deben— ocupar su lugar. Tal vez algún día las autoridades comprendan que el orden y la belleza también son una forma de respeto.