Criticar al poder tiene sus costos

A los gobernantes les agrada enormemente recibir elogios, aplausos y reconocimiento. Y  si hay algo que detestan es la crítica de un medio periodístico,  que se atreve a reflejar lo que muchos piensan: la falta de transparencia, el despilfarro en asuntos superfluos y, en definitiva, los errores de su gestión.

No todos compartimos la misma visión; cada cual observa la realidad desde su propio ángulo. Las acciones de un gobierno, o la ausencia de ellas, generan opiniones dispares. Pero hay algo que el poder, cuando es cuestionado, suele no tolerar: la crítica. Y, a veces, esa intolerancia se convierte en represalias, una práctica que, aunque antidemocrática, sigue ocurriendo, incluso en Escobar.

Criticar al poder conlleva riesgos.

Sostener un medio periodístico solo con publicidad comercial no es tarea fácil; la publicidad oficial, en ocasiones, se torna vital para la supervivencia. Sin embargo, la publicidad gubernamental en Argentina tiene mala fama, ensuciada por políticos que han hecho de la discrecionalidad una norma. A pesar de esto, su objetivo original es noble: permitir que los gobiernos difundan información de interés público.

En Escobar, tanto el Municipio como el Concejo Deliberante deciden de manera arbitraria en qué medios publicitar sus acciones. ¿Qué significa esto para Periódico El Cazador? Que, por su firme compromiso con la independencia, no recibe un solo aviso oficial.

Esa independencia, sin compromisos ni ataduras, implica ofrecer a los vecinos un abanico amplio de noticias, análisis y comentarios sobre la gestión local. Y aquí radica el conflicto: el medio no elude las quejas, las publica sin filtros.

Esta franqueza incomoda a quienes enarbolan discursos de democracia, justicia e igualdad, pero que solo la aprecian cuando reciben apoyo incondicional.

Es difícil imaginar que el intendente o la presidenta del Concejo Deliberante decidan publicitar en estas páginas. Aunque Periódico El Cazador es leído ampliamente en todo el distrito, y sus mensajes oficiales podrían alcanzar a más vecinos, señalar los errores del poder y publicar críticas duras es visto como imperdonable.

Podríamos elegir el camino fácil: suavizar nuestras críticas, evitar las notas incómodas y transformarnos en un medio más «correcto». Pero eso sería traicionar nuestra esencia. Abandonaríamos nuestro compromiso con muchísimos vecinos.

Callar esas voces sería llenarnos de un vacío ético imposible de subsanar.

Nos mantendremos firmes en difundir las quejas y críticas, aunque eso signifique enfrentar el castigo de un «Nerón moderno» que, desde su trono, decide quién merece apoyo y quién no.