Narciso y la delincuente

(O cómo a un intendente no le basta con ver su rostro por todos lados)

Nota de opinión por Aylén Martínez Duarte (una joven de 20 años «que quisiera creer en su país, sus instituciones y sus gobernantes»).

«Los dos elementos más comunes en el universo son el hidrógeno y la estupidez.»
Harlan Ellison, escritor que bien podría haberse inspirado en nuestros gobernantes para sus cuentos de terror.

El narcisismo político es el arte de autoproclamarse salvador mientras se utiliza la crisis como trampolín hacia el poder. Sus adeptos son expertos en “selfies” solidarias y discursos huecos, convencidos de que el mundo existe solo para aplaudirlos. Entre promesas rotas y escándalos ignorados, su verdadero proyecto es siempre el mismo: su ego, cuidadosamente disfrazado tras el trillado lema de «lo hacemos por el pueblo«.

Recorrer Belén de Escobar, hoy invadida por una verdadera selva de carteles con la imagen del alcalde, es toparse con una propaganda que parece diseñada por alguien en fuga de la lógica básica.

Hablando sobre usted, Intendente Sujarchuk, resulta más sencillo morderse la lengua que encontrar argumentos que respalden su gestión. Su administración es un manual de cómo inflar globos de autoelogio mientras falta el aire en las calles. La ciudadanía, cada vez más hastiada y empobrecida, observa cómo usted derrocha recursos en publicidad que solo sirve para satisfacer su ego, cenas de lujo, viajes en primera clase y pagos exorbitantes a personajes de la farándula para lucirse junto a ellos.

No se necesita ser economista para notar que la asfixia económica que hoy padecemos tiene mucho que ver con políticos como usted, cuya principal preocupación no es mejorar la vida del pueblo, sino mostrarse como los salvadores “progres” que no son y engrosar sus patrimonios personales mientras que en algunos casos -y no lo digo por Ud. sino por el mal ejemplo al que el verticalismo le lleva a idolatrar- hacen un culto de la rapiña y la impunidad.

Quizás, si tuviera un mayor contacto con la realidad, comprendería que el estado emocional de las personas no es un accidente, sino una consecuencia directa de políticas diseñadas al ritmo de su propio reflejo en el espejo. ¿O tal vez estoy exagerando al pensar en el simbólico collar con correa que lo ata a su admirada Cristina?

No se equivoque, señor Intendente: no todo se trata de proyectar su narcisismo en los demás. Incluso Narciso, en la mitología, tenía algo de amor propio, no solo hambre de adoración. Usted se presenta como un héroe local, pero los hechos demuestran que su verdadera cruzada es una amenaza para la honestidad intelectual y la autocrítica. Su obsesión por ser el centro de atención ha convertido a Escobar en un escenario orwelliano, donde su rostro invade cada rincón cual “Gran Hermano” vigilándonos a todos.

Por otro lado, debería disculparse ante los vecinos que no lo votaron -pero a quienes también representa- por su abierta defensa a una dirigente condenada por latrocinio y corrupción. Y no se preocupe tanto: los delitos atribuidos a su “jefa”, como asociación ilícita y administración fraudulenta agravada, tienen según el Código Penal penas de 6 a 15 años que, sin embargo, beneficiada por “el privilegio” que le da su senectud, no cumplirá en prisión, sino -tobillera mediante- bajo arresto domiciliario, lo que le dejará tiempo de sobra para recibir su visita para tomar el té juntos y sacarse esa ansiada foto.

Finalmente, permítame un consejo: antes de despotricar contra una inexistente persecución y represión en el ámbito nacional, reflexione sobre cómo usted persigue a los vecinos de Escobar, no con las fuerzas de seguridad que aún no tiene (pero que se está ocupando de formar), sino con su omnipresente imagen. Esos carteles, replicados hasta el hastío, nos recuerdan que aquí el “Big Brother” no se cansa de mirarnos. Y eso, señor Intendente, plasmado en el celuloide con un guion escrito por Harlan Ellison sería una gran película de terror.