Lectura no rima con censura (Parte II)
Por D. Luzuriaga (Belén de Escobar)
En medio de esta escaramuza en la batalla cultural que enfrenta al gobierno nacional versus un nutrido grupo de literatos -que no tardaron en sumar a sus filas a una pequeña legión extranjera- en torno a cuáles textos puedan resultar perturbadores u obscenos y cuáles textos valiosos o admisibles dentro del ámbito escolar, me vienen a la memoria versos aprendidos allá por 1975: “Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos”.
Seguramente la animalización de la casada infiel en el Romancero gitano resultará inaceptable para las actuales feministas del pañuelo verde pero cuánto agradezco a esa gentil profesora de literatura de 4to año, de quien no recuerdo ya el nombre aunque sí su bella fisonomía, por ayudarme a explorar mi propia alma enamorada y así pudiera resultar infortunada o dolorosa la experiencia – que lo fue- descubrí que en modo alguno el erotismo y el amor físico están excluidos de las regiones más fértiles de la poesía.
Apreciación que no me impidió el previamente haber estado desde los 14 años expuesto a no poca cantidad de pornografía escandinava, de la colección del padre de un amigo e incursionado dos años después en un prostíbulo. Hoy en día la pornografía se ha transformado en una de las industrias más lucrativas del mundo y cualquier joven tiene acceso a toneladas de ella, pudiendo incluso generarla por sí mismo, o difundirla desde su dispositivo, con todo lo que esto implica. A la luz de esa circunstancia, cabe preguntarse hasta dónde es auténtica la indignación frente a esos textos inadecuados a los que un gobierno de puteadores consuetudinarios hoy denuncia.
Entre mis lecturas de púber recuerdo “Guía de pecadores” (1972) del novelista E. Gudiño Kieffer, volumen que le habían enviado a mi padre sus amigos de editorial Losada y donde uno de los personajes centrales era un verborrágico travesti porteño. Lejos de seducirme el lado sórdido de aquel nuevo aspecto en la vida, tuve un par de novias fugaces y tan burguesitas como yo, con quienes entre sábanas limpias también leíamos algún cuento de Oscar Wilde, cuando no salíamos a ver películas de C. Lelouch o de L. Buñuel, que luego discutiríamos en algún café, además de frecuentar el teatro Payró.
El arte, la literatura, la filosofía son nuestros aliados desde temprana edad ante el reto de dilucidar las complejidades del mundo, comprender a nuestros semejantes, refugiarnos o descubrir aspectos de nosotros mismos. Los autores que han salido a la palestra a defender ciertas políticas escolares bonaerenses -que por lo demás les reportan dinero y nuevos lectores- ya se disponen a propinar una maratón de lectura en el venerable teatro El Picadero (en CABA, curiosamente) de aquella bibliografía provincial hoy imputada y se encuentran -en tanto ciudadanos y creadores- en todo su derecho de confrontar la andanada contra su libertad de escribir y publicar cuanto se les antoje, de promocionarse y ser leídos. No obstante, las madres, los padres y los propios alumnos de nuestra provincia -incluyendo la localidad de Escobar – también tienen legítimo derecho a cuestionar los contenidos y la calidad artística, literaria y la pertinencia de las obras en cuestión, adquiridas con dinero de los ciudadanos para un público menor de edad.
El conglomerado de autores que protesta y se resiste a este embate de un gobierno que tiene tanto de liberal como el kirchnerismo tiene de progresista (nada) -exhibe un grado de contradicción no menor a los mencionados, pues escasamente se recuerda que nuestros progres autores hayan objetado alguna vez el monopolio ideológico de la Biblioteca Nacional que durante toda una década se arrogó el ultraoficialista grupo Carta Abierta, donde extraviados en su endogamia conferenciaban exclusivamente entre ellos, obturando cualquier acceso a voces discrepantes en dicho espacio de todos, para privarse de oportunas críticas que a todes les hubieran beneficiado.
Mientras no mucho hicieron estos mismos literatos que hoy se manifiestan cuando se ninguneaba a colegas suyos desde el poder, pese a ser escritores sobresalientes, díganse el top seller Federico Andahazi o el eminente ensayista J.J. Sebreli -recién fallecido-, a quienes se tendía a ignorar -a la manera de “impersonas” de Orwell- en toda esfera oficial por el simple pecado de mantenerse sagazmente lejos de la pandilla patagónica. Al igual que tampoco se recuerdan pronunciamientos de nuestros autores nac´n´pop frente a conatos de censura contra distinguidos colegas suyos (M. Vargas Llosa, el más relevante, a quien el trasnochado sociólogo H. González intentó en vano proscribir en la Feria del Libro) e inclusive situaciones de violencia física allí, contra Gustavo Noriega y colegas suyos en el estrado, a quienes una exaltada patota buscó intimidar e impedir que presentaran el libro “IndeK”, denuncia sobre la manipulación estadística durante aquella época.
Cabe presumir que -previo a su maratón de lectura- esta cofradía de autores locales rendirá su homenaje de rigor a la educación pública, si bien bastantes de ellos seguirán enviando a su prole a exclusivos colegios privados, como es el caso de la afamada novelista C.P., a quien no tuve ocasión de conocer pero cuyos agradables hijos fueron alumnos míos de Literature tiempo atrás, en una selecta escuela de Del Viso y donde la bibliografía por entonces -lejos de incluir textos del estilo “Cometierra”- constaba de piezas de Shakespeare en su versión original y de contemporáneos como Benjamin Zephaniah (1958-2002), poeta y narrador de origen humilde y raíces caribeñas, quien -hasta donde he comprobado en las aulas- no precisó pergeñar burdas escenas explícitas para captar la plena atención de lectores jóvenes; y lucidez tuvo además el rapero rastafari para resguardar su independencia cuando se abstuvo de aceptar una condecoración del estado británico, a diferencia de otros autores -en cualquier latitud- propensos al populismo, los subsidios, o las lisonjas del poder.
La literatura, se diría, ya sea de modo deliberado o involuntario, termina por reflejar no solo la lucidez, elocuencia e inventiva de cada autor sino asimismo sus contradicciones y debilidades.
Muchas gracias Diego por esta impecable, clarísima y muy completa crítica al progresivo y alarmante deterioro cultural de nuestro sistema educativo. Obviamente tus líneas son ciertamente incómodas para muchos pero deben exponerse estas cosas con toda la crudeza, altura y sinceridad que caracterizan tu valiosa pluma sagaz.