Lectura no rima con censura (Parte I)
Por D. Luzuriaga (Belén de Escobar)
Los cambios ocurridos durante el primer cuarto de siglo XXI impactan por su magnitud. El advenimiento de internet no cesa de alterar vertiginosamente el anterior statu quo económico, social y productivo en el mundo globalizado de hoy. La era digital -con su bombardeo constante- nos impone a todos una serie de adaptaciones en nuestra comunicación personal, en la administración diaria, en los actos de gobierno, en transacciones y negocios, en la modalidad laboral, en la difusión de hallazgos y de ideas, acceso al entretenimiento y hobbies, en ámbitos de la ciencia y de la medicina, como integrantes de la comunidad -ahora con dimensión planetaria- y asimismo en el consumo cultural y los procesos de aprendizaje. Como no podía ser de otra manera, cambios tan generalizados vienen a trastocar usos y costumbres de larga data.
A la crisis preexistente del sistema escolar argentino -desigualdad en calidad y acceso, declive académico, deserción, repitencia, pérdida crónica de horas de estudio, huelgas – se suman en no pocas ocasiones la demagogia, el facilismo y el adoctrinamiento, donde puede ocurrir que ciertos funcionarios y docentes, en vez de respetar el libre desarrollo del criterio individual en cada joven, se empecinen en formatearlos de acuerdo con su sesgo y simpatías políticas. Asimismo, el efecto de las redes sociales sobre los hábitos de vida, la psiquis, atuendos e incluso sobre los propios cuerpos de infantes y jóvenes aparece inconmensurable. De soltero y luego ya hombre casado, sin hijos, ejercí como docente secundario bonaerense entre 1984 y 2018. Me retiré sin llegar a conocer los efectos de la nueva era post-pandemia en las escuelas, o ver los albores de la ideología woke en la Provincia y en ocasiones me pregunto cómo hacen padres y madres para lidiar con el aluvión de desafíos inquietantes al sano desarrollo de sus hijos.
Pese a toda su alharaca en derredor de la educación y la cultura, nuestra clase política ofrece no tantas muestras de interés genuino por el conocimiento, por las artes y las letras, salvo que se pueda obtener de ellos alguna clase de lucimiento personal, de rédito económico, o de ambos.
Existen políticos profesionales en nuestro país con sólida formación, modales decorosos y objetivos loables. Aunque mentiría quien sostenga que es esta la característica saliente de nuestra dirigencia partidaria. Y mentiría también quien aseverase que nosotros -la ciudadanía – priorizamos la buena educación, la honestidad y el respeto mutuo entre nuestros representantes, vistos tantos tristes casos de funcionarios (re-)electos a lo largo del país aun siendo ostensiblemente corruptos o autoritarios, quienes vienen degradando en estos cuarenta años a la una democracia deficitaria. Señalaremos asimismo la guaranguería y procacidad inédita de nuestro actual presidente, no solo en su época de candidato sino ahora, desde su puesto de servidor público.
Dirán sus fervorosos seguidores que las urgencias de la hora no dejan lugar para sutilezas, o para una elemental cortesía. Alegarán que la actual oposición cuando pierde el poder es tan saboteadora y peligrosa que no cabe tregua alguna. Replicando los exabruptos de su líder, las huestes progubernamentales hostigan e insultan a diario por las redes a quienquiera que ose discrepar con el león en su momento estelar.
Podrán invocar los seguidores de Milei el caso del presidente anterior, quien se daba ínfulas de hombre cultivado con su cátedra universitaria y sus aficiones musicales hasta que el pueblo argentino pudo constatar sin sombra de duda la abyección y la vulgaridad del personaje, a tan paradójico extremo que el “feminista”-golpeador que nos encerró durante casi dos años por medio de inconstitucional decreto -insultador inveterado, él también- ya ni salir puede del departamento donde se recluye, ante el fundado repudio social y -cabe agregar- un palpable silencio de muchos ex compañeres intelectuales que no se cansaban de aplaudir sus reivindicaciones de género.
Si los políticos no descuellan por su apego a la cultura, tampoco suele ser muy brillante el desempeño de ciertos escritores o artistas en el marco de la política. A estos se les podrá valorar su compromiso de tomar partido, aunque triste es comprobar cómo tantas veces asumen posturas irreductibles, o se arriman al calor del poder en busca de prebendas, exposición o favores, mientras se hacen los lotudopes cuando la situación amerita, hasta formar parte de una claque de “intelectuales orgánicos” y exhibir a menudo mayor sumisión mental, dogmatismo y cortedad que muchos ciudadanos sin mayor preparación que el sentido común, la percepción de la realidad y algún olfato para detectar a chantapufis y chamulleros.
En estos días recientes se ha producido una batahola alrededor de cierta colección de libros adquiridos de a millares por el ministerio de educación bonaerense, a cargo de un funcionario de esos que parecen atornillarse por décadas a su Sileoni. Los fragmentos reproducidos del libro “Cometierra”, obra de una autora nacional contemporánea, denotan una limitación estilística e ineptitud para la metáfora que parecería entroncar con la tradición literaria bajo el peornismo, desde tiempos de la marchita y “La razón de mi vida”. Según lo que ha trascendido del menú, se diría que no va a insuflar demasiada inspiración literaria a nuestro maltrecho estudiantado.
Por más que sería injusto juzgar a un autor por alguno de sus malos versos, según sostuvo Borges, con infalible tino. Y tampoco debería condenarse el valor de un libro por el uso de ciertos vocablos impropios, como tarde descubrió el público victoriano, si bien resulta improbable que pueda estar “Si no fueras tan niña” -novela que me resta leer, confieso- a la altura de El amante de Lady Chatterley. Cada época cambia sus parámetros sobre lo socialmente -o lo estéticamente- aceptable, al punto que hoy llega a pagarse fortunas por una banana adherida con cinta aisladora a la pared de una galería. No obstante, integridad y calidad artística suelen remontarse por encima de las vicisitudes y no precisan de empujes ministeriales ni de compras directas del Estado a las compañías editoras, según el manual de procedimientos K.
Continúa y finaliza en nuestra edición del próximo lunes.
Muy interesante. Ahora lo leo…
Debe ser de los que se horrorizan de 2 palabras de un libro de excelente factura literaria y no de la ordinaria, soez y violenta verbal y simbólica con la que se expresa siempre y con todos, la máxima investidura Nacional, que hasta gesticuló una masturbación en plena disertación con alumnos de una Escuela. La hipocresía a flor de piel.
A bu rri dí si mo !