La morocha del perro negro

Por Eduardo Jorge Arcuri

 

Para muchos vecinos del barrio El Cazador, nos alcanza con mencionar el nombre Lenira o familiarmente Leni, para saber a quién nos referimos. La extrañeza de su nombre, es la conformación de las dos primeras letras de los nombres de tres de sus abuelos, llamados Leocadio, Nicasio y Raimunda. Para la cuarta abuela, ya no hubo espacio en su nombre.

Lenira Oliveira nació en Río de Janeiro. Brasil. Es descendiente de una mixtura de nacionalidades y etnias de diferentes religiones. Sus genes se entrelazan con ancestros africanos y portugueses, los que le dieron color moreno a su piel y una tonada carioca aporteñada, a su voz chispeante y sonora. En ella, se resumen ascendentes árabes musulmanes, hindúes budistas y judeocristianos europeos, de quienes adoptó su religiosidad caritativa y el gusto por la música clásica y regional de todas las naciones.

De joven, en su ciudad natal, se dedicaba al cuidado de caballos de carreras y para equitación. Hasta que un día, un argentino residente de Escobar, compró uno de los purasangre que ella cuidaba. Para poder ser transportado en avión, el animal debía ser acompañado por su cuidadora. Así, Lenira llegó a Escobar en el año 1992 y se quedó atrapada por la relación afectiva con su pupilo y los nuevos caballos para salto a los que atendió durante el tiempo
suficiente que le permitió arraigarse en nuestro país.

Poco después, esa caballeriza se vendió y Lenira fue contratada por otro criador local, hasta que por cuestiones de salud, ella debió ser intervenida quirúrgicamente en el hospital Erill. Debido a la convalecencia, las tareas que prestaba en la caballeriza tuvieron el final de las despedidas. El estado delicado en el que quedó su organismo, ya no le permitió continuar con el cuidado y sanidad de los caballos que tanto ama.

Sin la profesión que la había traído a Buenos Aires en el ’92, Lenira consiguió alquilar una casita en los alrededores del centro de Escobar y comenzó a hacer tareas de costuras, ayudante de cocina y cuanta oferta de quehaceres manuales le salieran al paso. La soledad de su vida de inmigrante se complementó con la compañía de Enzo, un perro labrador de pelaje negro, que fue el sostén emocional de sus desarraigos.

Debido a que los ladridos de Enzo molestaban a sus vecinos pueblerinos, fue que su amiga Elenita, la contactó con Ana, quien le ofreció vivir en el barrio El Cazador, donde las casas de parques amplios permitieron que su perro viviera tranquilo. Ella continuó con sus tareas de limpieza en casas particulares, costura y cuidado de ancianos, sin abandonar al perro que la identificó con la imagen aquella, de quienes la vimos a diario, caminar a la par de su perro por los costados de la avenida Harris; imagen que la popularizó como «la morocha del perro negro». Muchas tardes de muchos años quedaron en las retinas de quienes los vimos caminar a paso tranquilo a la vera del camino, entre su casa y los comercios en la entrada del barrio. Eran dos siluetas oscuras pintadas con el mismo tono de acuarelas que se tornaron familiares como parte del paisaje cotidiano. Así, casi sin conocerla, muchos vecinos llegaron también a quererla como una parte legendaria del barrio.

Con los años, su salud mostró nuevamente signos de deterioro en su cuerpo joven aún y fuimos sus vecinos, quienes le ofrecimos la cosecha de los afectos que ella había sembrado. En tres oportunidades, debió ser intervenida en el hospital Erill, del que ella no deja de repetir su agradecimiento por el buen trato recibido y la idoneidad profesional que la rescató del desasosiego. Durante aquellos días, muchos de los vecinos que la adoptamos con familiaridad, colaboramos para que no le falte lo elemental, hasta tanto se reponga y pueda cumplir sus sueños de terminar la secundaria y de estudiar nuevas carreras con rápida salida laboral; proyectos entre los que se encuentra, su vocación de cocinera y, junto a las artes de la gastronomía, se suma el sueño de aprender protocolo y ceremonial, que le permita seguir sirviendo a la gente con el nivel de profesionalismo generoso, que ella pretende brindar más allá de sus posibilidades actuales.

Lenira, es una persona a la que se puede reconocer no solo por sus características afroindoamericanas, sino también por su carácter afable y servicial. Esas mismas cualidades de amor por los animales que la trajeron a Buenos Aires, para acompañar a su caballo de nombre inglés, o al barrio El Cazador, para que Enzo pudiera ladrar en libertad y terminar sus días, caminando achacoso y ciego, con la vejez de los afectos sobre su lomo de pelaje negro.

Hoy Leni, es parte de nuestro barrio. Una vecina servicial y dispuesta a sus trabajos de costura y acompañamiento de ancianos. Arregla ropa para donaciones en organismos humanitarios. Una persona amante de los animales que vive feliz con Katya, su gatita blanca y la traviesa Dayse, su perra siberiana. De temperamento cordial, no deja de mostrarse agradecida por el trato que le permite mantener una relación amigable con todos sus vecinos.
Se la puede contactar por medio de Facebook, buscando Lenira Oliveira, en un avatar identificado con el dibujo de una lechuza o el mochuelo de la sabiduría.