Gran Charles

Carlos era médico. De esos médicos de antes y con toda la conciencia del ahora.

Vivía en El Cazador. Sus padres construyeron una de las primeras viviendas que hubo en el Barrio.

Tuvimos con Carlos una amistad de la que me siento orgulloso porque era un tipo comprometido y entrañable. Con convicciones muy fuertes, campechano y siempre bien dispuesto para servir.

Otros, más cercanos que yo, podrán hacer una mejor semblanza de su gran personalidad.

Compartimos el gusto por usar sombrero y también compartimos un par de viajes inolvidables. Uno en el que visitamos el Glaciar Perito Moreno y El Chaltén, y otro a Entre Ríos. Pasamos unos días fantásticos recorriendo esos bellos lugares de nuestra Patria que Carlos tenía tan dentro.

Los movimientos sociales y las poblaciones originarias, los sectores vulnerables y los desprotegidos del sistema lo conmovían y lo obligaban a participar y llevaba sus esfuerzos a cada plano de su vida.

No la tuvo fácil, atravesó momentos de pérdidas muy fuertes pero supo reconstituirse y brindarse siempre con una sonrisa imbatible, franca y contagiosa, con una oreja atenta, con una palabra de aliento y un abrazo certero.

Tuvimos grandes charlas de esas donde arreglamos el mundo, disentimos, acordamos y supimos extraer de cada encuentro una enseñanza porque tenía la docencia en el alma y coincidíamos en que la Educación, el Deporte y los Valores eran los pilares de la Salud.

Por un tiempo no estuvimos tan cercanos a pesar de vivir a pocas cuadras de distancia pero cada tanto teníamos un saludo o un recordatorio por algún acontecimiento por lo que mantuvimos un vínculo de cariño que duró hasta sus últimos días.

No impresionaba por su porte pero su presencia siempre se hacía sentir. Sus reflexiones y su calidez lo hacían más grande de lo que su menuda figura podía representar. Los más cercanos le decían cariñosamente «Cali», «el Doc», para muchos y para todos era «Carlitos». Pero yo le decía «Gran Charles». Nunca le expliqué porqué, pero era mi forma de expresar mi admiración y mi orgullo de ser considerado su amigo.

Un tumor lo llevó poco a poco a un final que nadie deseaba. La peleó. Mucho la peleó. Cómo era él. Un luchador. Un resiliente. No se iba a entregar así nomás.

Poco después de declararse las medidas de aislamiento se comunicó conmigo. Me pidió en préstamo un arnés de escalada. Iniciaba una terapia kinesiológica y lo necesitaba para volver a incorporarse sobre sus pies.

Se lo alcancé una tarde, estaba pasando su convalecencia en casa de sus padres y conversamos después de mucho tiempo. Estaba débil pero lúcido. Se lo veía contento de intentar algo nuevo. Charlamos un rato y como siempre que uno charlaba con él, me fui con una buena sensación. Era alguien que con su sonrisa destruía las malas vibras.

A los pocos días lo volví a ver para llevarle otro modelo de arnés que encontré entre mis equipos y se lo dejé, pensando que en su condición sería más cómodo para él. Volvimos a charlar muy brevemente y otra vez me fui con esperanzas en su recuperación.

Esa esperanza se incrementó cuando hizo una publicación en su Facebook mostrándose en una foto de pie, con la ayuda de mí arnés, y contando que era la primera vez en un año que volvía a estar parado. Y tuvo la deferencia de nombrarme y agradecerme. Lo que no podía saber es que esa sería su última publicación. La última foto, erguido, dando todo su esfuerzo para no dejarse vencer.

Pasaron los días y le mandé un par de mensajes preguntando por su estado de salud pero no obtuve respuesta. Luego le envié unas fotos de nuestro hermoso viaje al Glaciar, entre ellas una en la que ambos estamos en Laguna del Desierto junto a la placa que recuerda la defensa de nuestro territorio por personal de Gendarmería Nacional. A los pocos días me envió un audio. Se ve que alguien, sus hijas seguramente, lo ayudaron para que se comunique. Ahí tomé conciencia de que ya no estaba bien pero aún así no quería dejar de comunicarse conmigo. Y ese fue su último mensaje.

Hace unos días pude hablar con sus hijas menores y me dieron un parte desalentador. Estaban esperando el desenlace en cualquier momento.

El sábado Carlos Hidalgo, el Gran Charles, mi amigo, falleció. El mundo acaba de perder a una gran persona, de esas a quien Hamlet Quintana Lima llama personas necesarias.

Marcelo Román