Leandro fue abuelo

Por R. Marcelo Román (Barrio El Cazador)

Leandro fue abuelo. Esas alegrías que cuando se llega a la sexta década son el impulso para afrontar los próximos lustros con nuevos anhelos de juegos y complicidades. Revivir lo mejor de disfrutar de los niños sin tener que criarlos.

Su primer nieto. Hijo de su hijo mayor, el que tuvieron con su primera mujer cuando aún era muy joven para entender la paternidad. Leandro ya va por el cuarto intento de pareja. Eterno seductor, con su porte, la mirada de sus ojos claros, esa misma que le abrían las puertas de dulces corazones. Desde siempre supo ser muy goloso. Y ahora que los tiempos lo han asentado se reencontró con uno de esos amores adolescentes que dejaron las brasas de su fuego juvenil. Tomaron lo que en muchos años de trabajo cosecharon y buscaron aires más tranquilos en la costa bonaerense. Primero alquilaron una casita y pusieron un pequeño comercio. Les fue bien los dos primeros años. Fueron años muy difíciles en el país, como es costumbre en Argentina, pero ellos pensaron que podían arriesgarse a hacer de ese lugar su hogar definitivo. Compraron una propiedad y apostaron a que las cosas solo pudieran mejorar.

Su nieto se llama Bruno. Su papá es el calco del abuelo cuando era joven. Bruno ya cumplió su cuarto mes de vida y su sonrisa comienza a invadir cada foto, cada mensaje y cada vídeo que casi a diario le mandan a Leandro.

A Leandro siempre le gustó la política y tener ese impulso le jugó más sinsabores que festejos. Pero sigue creyendo en la Democracia como el manto que nos debe cubrir y a la política como la herramienta para transformar la Realidad.

Leandro y Bruno no se conocen aún. Solo se han visto por esos fríos contactos digitales. La pandemia y la cuarentena no permitieron que el abuelo tuviera a ese nuevo ser, sangre de su sangre, en sus fuertes brazos, no pudo tomarlo todavía en sus grandes manos con la ternura de quien cobija la herencia de su estirpe.

Alguien tuvo el atrevimiento de vestir a su nieto con una casaca azul y oro por eso no ve la hora de estar más presente en su vida para volverlo un fana de los rojos colores de su Independiente del alma.

La alegría de saber que ese niño es su nieto tiene el dolor de la obligada distancia. Por momentos se hace infinita. El hermoso niño crece y crece y él no pude estar allí para transmitirle el aura del orgullo de su apellido. Esas cosas que no se pueden decir con palabras, que se incorporan en cada arrullo, en cada juego, en miradas y sonrisas. El joven abuelo sufre la separación. Acepta ese destino pero su mayor deseo es poder estar con ese pequeño gajo de su propia vida.

Ya sabe todo lo que hará apenas llegue el primer día que se autorice poder hacer esas necesarias visitas familiares.

Esa esperanza es lo que cada día lo motiva para esperar que la cuarentena finalice.