Inseguridad: entre la resignación y la indignación

La percepción de una misma realidad puede variar de manera radical según los ojos que la observen. Una breve historia lo ilustra con claridad: dos personas contemplan una montaña. Una se emociona y siente el impulso de escalarla; la otra, en cambio, la mira con temor y la certeza de que jamás alcanzaría la cima. Algo similar ocurre en casi todos los órdenes de la vida, la percepción subjetiva suele pesar más que los hechos objetivos.

También sucede con la inseguridad.

En Escobar, mientras algunos vecinos describen un panorama alarmante, otros relativizan el problema y sostienen que no difiere demasiado del que atraviesan otras ciudades.

Hace unos días, El Diario de Escobar publicó una nota sobre un hecho delictivo en el distrito. Lo llamativo no fue tanto el episodio en sí, sino las reacciones que se desataron en la sección de comentarios: visiones tan opuestas que parecía difícil creer que todos opinaban sobre el mismo suceso.

Entre los más críticos se pudieron leer expresiones como:
“Escobar florece… de chorros”,
“¿Para qué trae tantos policías el intendente si cada vez hay más chorros?”
y “Tanta guardia urbana que sacó a las calles, ¿adónde están?”.

Otros intentaron relativizar la situación, buscando ponerla en contexto:
“Hay delitos como en cualquier partido, ciudad o país”,
“No hagan demagogia, no solo en Escobar pasa esto”
y “Solo un ignorante puede pretender una ciudad sin delincuentes, cuando la situación económica viene en caída libre”.

También hubo vecinos que fueron más allá de la mera comparación y cargaron directamente contra la política local de seguridad:
“Claro, pasa en todo el país, pero solo en Escobar el intendente se jacta de sumar policías locales. Por desgracia, tanta inversión y derroche no sirvió para nada: Escobar está desmadrada, los delincuentes se hacen un festín. Y lo único que tenemos son policías con pistolitas de plástico, sin formación”.

En un tono similar, otro usuario ironizó:
“¡Qué loco, no? Tenemos cada vez más policías en la calle y camionetas de todos colores, motos, bicicletas y hasta caballos. Y no sirven para nada: todo es pantalla para decir que hacen cosas… y lo siguen aplaudiendo”.

La discusión también derivó hacia la política partidaria:
“¿Y los policías? Ah, pero cuando vino Kicillof era un enjambre por todos lados. Hartan con tanto circo”,
“El intendente sigue de campaña, en lugar de velar por la seguridad de Escobar”.

Y no faltaron las voces escépticas, que expresaron su desconfianza hacia la dirigencia:
“No defiendo a nadie. Pasa en toda la Argentina… El día que cada uno se cuide y cuide a su familia sin depender de los candidatos, vamos a vivir mejor. Aprendan: las promesas y palabras se las lleva el viento”.

En definitiva, el debate sobre la inseguridad en Escobar va mucho más allá de la cantidad de patrulleros en la calle o de las estadísticas delictivas. Es, en el fondo, un espejo que refleja la desconfianza hacia las autoridades, la indignación de algunos y la resignación de otros. Como en el cuento de la montaña, hay quienes se calzan las botas convencidos de que el problema puede enfrentarse; y quienes, en cambio, lo dan por perdido antes de empezar. Mientras tanto, la montaña —la inseguridad— sigue ahí, inmóvil y cada vez más alta, esperando a ver quién se anima de verdad a emprender el ascenso.