El hombre del cine escobarense

Juan Carlos Villalba es un escobarense de pura sepa. Nació en Belén de Escobar y vive en una  vieja casona de comienzo del siglo pasado. «Soñaba con filmar películas, de contar historias», y su sueño se volvió realidad. Es el cineasta más popular de Escobar, creador del Festival Internacional «Escobar de Película» y el año pasado el Senado de la Provincia de Buenos Aires lo distinguió por su compromiso con la cultura.

Desde chico le apasionaba ir a los dos cines que por aquel entonces tenía Escobar: el Gran Rex y el Italia (actual teatro Seminari). En pocas palabras, resume su pasión por las películas: «Ir al cine era un aprendizaje extraordinario, uno iba descubriendo geografía,  mitología, problemas sociales, costumbrismos, tierras legendarias”. 

Esa atracción por la imagen en movimiento lo transformó en un popular cineasta de Escobar, donde filmó varias películas. También creó el Festival Nacional e Internacional de Cine Independiente «Escobar de Película»y colaboró en Sin Cortes, una revista especializada en el séptimo arte. Es también un amante de la literatura y de la radiodifusión: es autor de un libro de cuentos y participa en una radio online de Miami.

En un reportaje, Juan Carlos Villalba rememora historias y anécdotas entrañables de sus filmaciones. 

¿Cómo fueron sus comienzos en el mundo del cine?

Soñaba con filmar con cámaras, de contar una historia más que nada, en una época –fines de los 60 y en los 70- en que empezó un movimiento nacional que aglutinaba a todos los que hacíamos cortos con cámaras super ocho (un formato cinematográfico que utilizaba película de 8 mm de ancho). Ahí empecé con mis películas y a concurrir a los cines debates con mi corto bajo el brazo o a los festivales a los que había que mandarlos y esperar a que vuelvan, porque eran las únicas copias que había. A los veintipico me regalaron una cámara y hago “El guapo Gominita”. Hasta ese momento había leído y aprendido de un solo libro de cine, Así se hace cine, una obra que me abrió la cabeza y salió esa película que después se estrenó en el cine Italia.

¿Qué temáticas desarrollaba?

En principio fue el humor porque me resultaba cómodo, fácil, era una travesura más que nada, por ese desparpajo que te daba la juventud. Me acuerdo que un día llevé una película a un cine club de la calle Defensa en Capital y alguien se paró y  dijo: “Por fin entró algo de aire fresco”, porque era una película de humor. Hay que tener en cuenta que en esos espacios solían plantearse problemas más bien psicológicos, y en mi corto no había nada de psicológico. Sin embargo  buscando el humor, aparece»El Guapo Gominita», un personaje que hace reír pero también llorar, una película con un trasfondo psicológico que en ese momento no se buscó, pero que después descubrimos que lo tenía. Era el típico caso del hombre que quiere ser u ocupar un lugar que le queda grande, Gominita  es un hombre  cobarde, que se hacía pasar por un guapo que estaba preso, siempre custodiado por un guardaespalda grandote de 1.90 m. Hacía todo tipo de maldades y todo le salía mal, hasta que el verdadero guapo sale de la cárcel y pone las cosas en su lugar, todo eso con mucho humor.

¿Recuerde otros títulos de sus películas? 

«La Herencia Maldita», «El Misterio de la Valija Negra», “Dónde están los Perros”; “Pajarito, el Loco de las Alas” -con Tomasito Seminari,  un viejo y querido actor escobarense,  cuyo nombre le pusieron al teatro-; el documental «Casi 100 Años de Fe» sobre  la Asociación de San Roque, una vieja tradición de Escobar que desde 1900 se hace todos los años; hice también una miniserie para la TV local, sobre un  héroe, «Cachoman», aunque siempre  perdedor (sonríe).

¿Todas fueron filmadas en Escobar? 

Si, todas están filmadas acá, porque están ambientadas en 1930, en la época de los guapos o de los mafiosos. Se buscaban las casas viejas, paredones viejos para aparentar la época. Todas las películas se transformaron en un documental extraordinario de Escobar,  porque esas casas ya no están, hoy hay edificios de varios pisos o  negocios y veredas.

¿Quiénes eran los protagonistas de sus películas?

Eran vecinos y amigos de Escobar, eran tantos los que trabajaban que no los puedo  nombrar a todos, muchos de ellos ya fallecieron.

¡Debe tener un sinnúmero de anécdotas!

Creo que podría escribir de cada escena una página de un libro. De una anécdota que me estaba acordando hoy, es la de un final de película, cuando Gominita tiene que dejar el barrio porque lo echan y mira la desolación de su pieza del conventillo que tiene que abandonar, y yo le digo al personaje, “tenés que llorar guapo”. “Que voy a llorar -me dice- si están todos riéndose”. Hay entonces un primer plano de su rostro, llorando, con un clima de tristeza acompañado por la música de fondo. ¡Lo que no se ve en pantalla  es que a la altura del pecho tenía una cebolla  que apretaba y que lo hacía llorar! ¡Lloraba mejor que Darín! (sonríe). Otro personaje, el  guapo Melena, el rival de Gominita, está en la cárcel y se lo ve aferrado a las rejas. Esa reja que sostiene con ambas manos era una parrilla donde un rato antes habíamos comido un asado. En la película “Adónde están los perros” hay una escena de  una banda que robaba perros y que tenía una máquina muy misteriosa en la cual se tiraban los perros vivos adentro y salían hechos chorizos. Un personaje interpretado por Césa Rapetti los agarraba,  y ahí nomás los tiraba en un sartén y se los comía. Dentro de la máquina había un chico escondido  que sacaba los chorizos por una  canaleta, en el otro compartimiento caían los perros,  alejados del chico para que no lo mordieran.  Y en otro compartimiento había un aparato que echaba humo, entonces todo funcionaba: se prendían y se apagaban las luces y la gente en el cine veía que este tipo se comía los chorizos. “Pero que asqueroso”. Y bueno, muchas personas creen lo que ven, el cine lo trasforma en realidad. En otra oportunidad, lloramos. Fue cuando hicimos la última toma de El Pajarito. El personaje muere dentro  del carromato de títeres; y como una alegoría se abría el telón y salía una bandada de pájaros que se perdía en el cielo, la cámara la siguió y la película terminaba con la música sonando fuerte, fue muy emotivo. Y al terminar la toma,  nos miramos y estábamos todos lagrimeando, es que también se acababa una convivencia de muchos meses en que filmamos la película y nos íbamos a dejar de ver después de todo ese tiempo. Lagrimeamos, pero de alegría y emoción.  La cacería de esos pajaritos fue una novela. Hay un muchacho en Escobar, al que le dicen “Carucha”, es cazador de pájaros, un profesional.  Yo le había contado el proyecto de esta película, que cuando el protagonista moría, los pájaros (el alma) salían volando, y le gustó y se mostró predispuesto a ayudar. Para cazar los pajaritos fuimos de madrugada a Loma Verde y «Carucha» desplegó todas las redes en el pasto,  en un campo al costado de la Panamericana, donde también instaló llamadores y otros  implementos. Nos alejamos 50 o 60 metros y esperamos a que saliera el sol. Entonces, cuando venía la bandada de pájaros volando, con una soga estiraba la red y atrapaba 50, 60 y los metía en un jaulón. Y así en muchas jornadas; llevábamos salamines, mate y todo para esperar   hasta la salida del sol. Así cazó 300/400 pajaritos que pusimos dentro del carro de títeres para la escena prevista. La toma de la salida de los pajaritos volando es una sola y no podía fallar. Carucha no quiso cobrar un peso, lo que viví con él fue maravilloso.

¿Quién escribía los guiones?

Los escribía yo con un amigo, Roberto Krausse, ya fallecido. Todas las películas eran con guión propio. Los personajes de los cuentos del libro «La Teoría de Enrique» eran del Escobar que he conocido, que frecuentaban los bares. Cada historia cuenta un hecho verídico, con todo lo que le pone el escritor, pero el disparador siempre es una historia o una persona que conociste, que te dio el punto de partida.

¿Escobar constituyó su fuente de inspiración en la tarea de filmar y escribir los guiones?

Si, todo fue hecho e inspirado en Escobar. Por ejemplo la película «La herencia maldita», se filmó en un campo  ubicado cerca de mi casa, perteneciente a la familia  Cabanillas, que para mi era un lugar maravilloso, un bosque inmenso, de cuatro o cinco manzanas,  con una casa en el medio, y chanchos y otros animales dando vueltas. En la película aparecen los caballos, los carros y una trapera misteriosa, donde se hablaba de fantasmas, entrar ahí para filmar era todo una diversión, una aventura.  

¿Cuándo y en qué circunstancia surgió la idea de hacer el festival internacional Escobar de Película?

Fue un viejo sueño que tuvimos con Francisco Acri, un amigo, profesor de cine en la Universidad del Salvador. Se lanzó en 2003 junto con la colaboración de viejos y queridos amigos, muchos del barrio El Cazador y  referentes conocidos de Escobar. Se le puso mucha energía, muchas ganas y salió bien. Hubo jurados excepcionales, profesionales del cine como Juan Carlos Desanzo, Pablo Torre Nilsson, Aníbal Di Salvo, Dolly Pussi y Pablo Nisenson, un importante director escobarense.   El evento se convirtió después en festival internacional; en 2008 ganó una película española, y el director quiso venir personalmente a recibir su premio de mano de tan importante jurado. El último año vinieron 700 películas de todo el mundo, desde China,  Arabia y Moldavia hasta Irak y Egipto, todas venían subtituladas en español. Elegíamos el mejor documental, la mejor ficción y la mejor animación, y era sorprendente porque había películas muy buenas.