Dar la Palabra  – por Mario Gallo

Voy a considerar una rama de mi familia: la materna. Mi abuelo nació en Italia en 1889. Las cosas por esa época no andaban bien, y siendo parte de una familia numerosa peor. Así que cuando el muchacho cumplió 17 años se tomó un barco hacia la Argentina. Ya a mediados del siglo XIX se había producido la primera oleada de inmigrantes. Tal vez, el jovencito había escuchado historias de una tierra próspera que lo alentaron en su decisión, quién sabe. Lo cierto es que se fue dando su palabra en dos asuntos a cuesta: hacer La Mérica y volver para buscar a su novia, es decir, mi abuela.

Ya en Argentina hizo de todo. Aprendió el idioma y también diferentes oficios. Las cartas iban y venían contando logros y fracasos. Cuatro años después, cuando vio que la cosa había empezado a funcionar, se tomó un barco para Italia en busca de novia. Se casaron, y de vuelta a la Argentina a formar una familia. Dejaron con tristeza y coraje todo, absolutamente todo, pero, lo más importante, los afectos,  y casi sin darse cuenta, escaparon milagrosamente del desastre de la primera gran guerra. No corrieron la misma suerte los hermanos que se que quedaron, mis tíos abuelos, alguno de ellos masacrados a poco de llegar al campo de combate. Sus nombres, más de 100 años después, aún son recordados en una callecita del Piamonte como Severino Clemente DeGiorgis, hermano de mi abuela, muerto a los 19 años.

Ahora, sí, mis abuelos comenzaron a armar el sustrato que sería nuestra Historia Familiar. Trabajar y trabajar. Hicieron huertos, plantaron frutales, criaron gallinas, cerdos, corderos, todo en casa y terreno alquilados. Y llegó Carlos, luego Rosa, y con el tiempo, bastante tiempo, Mario. Iban saltando de lugar en  lugar ampliándose, pero sin lograr la casa propia. Dicen que los dueños cuando mi abuelo les decía que se iba, caían en tristeza, porque don Remigio era un hombre de palabra y jamás se atrasaba en el pago de los alquileres.

Esta primera generación se basó fundamentalmente en el amor a la familia y al trabajo. También estudiaron, pero hasta ahí, no más. Carlos junto a su hermano y su padre se dedicó a las perforaciones de agua. Con el tiempo, abrieron una ferretería que llevó adelante Mario, el menor. Mi madre, como se acostumbraba en esa época, se quedó en la casa paterna ayudando a la madre y preparándose para ser ama de casa.

Llegó luego la segunda generación a la que yo pertenezco. Mis primos Carlitos y Beto, yo, Marito (en diminutivo para diferenciarme de mi tío) y Emilce. Acá, además de la Familia y el Trabajo, se hizo principal hincapié en el Estudio. Hubo un Maestro Tornero egresado del Industrial, un perito mercantil que pasó a llevar la parte contable de la ferretería, dos egresados del Nacional que siguieron profesorados en idioma. Tanto a mí como a mi prima nos mandaron a estudiar inglés particular desde los ocho años para una mejor preparación para el futuro y no tener después de la escuela mucho tiempo al dope.

La tercera generación también se hicieron profesionales. Tienen buenos empleos y no sufren grandes sobresaltos.

La cuarta generación, pequeños aún, veremos que les depara el Destino. Están inmersos, fuera del hogar, en un ambiente contaminado de malas costumbres por donde se lo mire.

En la Argentina de hoy existen ya cuatro generaciones que no trabajaron nunca. Hay 50% de pobres creados, ni por mí ni por usted, por nuestros políticos. Se les da Planes, Asignaciones, Beneficios, Descuentos… Ahora quieren entregar tierras fiscales, hacerles casas, etc. Nos roban nuestros ahorros para mantenerlos. Hay generaciones NI/NI. El país hace 12 años que no crece. La gente quiere más derechos y menos obligaciones. Yo me pregunto: ¿Cómo llegaron mis abuelos a sobrevivir sin todo este andamiaje asistencialista? ¿Cómo llegamos sus futuras generaciones? Porque a mí nadie me regaló nada. Hasta tuve que pagar el Impuesto Docente cuando yo mismo era docente, y recibía menos de lo que pagaba.

La Argentina está perdida. Y no por los embusteros que hoy nos gobiernan. Está perdida porque los que tuvimos la suerte de tener esos abuelos inmigrantes que nos contaban sus Historias de luchas constantes, y padres que reforzaban esas Historias, viviendo el día a día en todo ese entramado, vamos camino al OLVIDO. La Familia de la foto desapareció. Son mis Muertos. Sus cenizas ya descansan, alimentando la tierra. Sus ojos me miran atravesando los tiempos. Y en sueños a veces me recuerdan mantener el culto a la Familia, el Trabajo y el Conocimiento. Y, además, cumplir con la Palabra empeñada, algo que muchos no saben de qué se trata.

Si yo decía lo que iba a hacer, nadie me votaba, dijo Carlos Saúl Menem. En 1000 días vamos a poder tomar agua del Riachuelo, dijo María Julia Alsogaray en 1993. El que depositó pesos, recibirá pesos. El que depositó dólares, recibirá dólares, dijo Eduardo Duhalde en 2002. El 2001 será un gran año para todos. ¡Qué lindo es dar buenas noticias!, Fernando De la Rúa. La lista de mentiras es infinita. Con la palabra han venido a traicionar a su gente.

Dar la palabra, hoy en día, se ha degradado. Los que manejan la sociedad, se encargaron de desterrar el legado en beneficio propio para llenarse los bolsillos. Hoy no es negocio mantenerla. Y a la sombra de esa actitud, han crecido muchos que intentan imitarlos, la mayoría sin éxito. Yo continuaré, hasta el fin de mis días, con mi plan. No es bueno cambiar de caballo a mitad del río. Prefiero, sinceramente, pasar por estúpido.