Conectar para Desconectar, ¡nuestro Rincón Literario!

Bienvenidos a «Conectar para Desconectar», un Rincón Literario donde podrás viajar por nuevas sensaciones y emociones a través de notas y poesías de autores locales.

Coordinadora: Rita Frank.

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Rita Frank, reconocida en “Retratos de Escobar”

El Concejo Deliberante de Escobar inauguró la tercera edición de la muestra fotográfica “Retratos de Escobar”, una propuesta cultural que invita a los vecinos a reencontrarse con la identidad y las historias del distrito a través de la fotografía. La exposición, organizada por el Centro Cultural Cazador, puede visitarse con entrada libre y gratuita en Avenida Tapia de Cruz 1280, Belén de Escobar.

Entre las obras seleccionadas en el certamen de este año fue destacada una captura de la autora y aficionada a la fotografía Rita Frank, titulada Retratos de Maschwitz.

Periódico El Cazador se congratula por contar con Rita Frank, coordinadora de nuestro Rincón Literario, entre las artistas reconocidas en esta muestra, reafirmando una vez más el talento y la sensibilidad de los vecinos que integran nuestra comunidad cultural.

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Nidos Vacíos

 

Doña Sofía era polaca, de esas mujeres que se entrometen en todo porque todo quieren saber. No por nada en particular, sino de chusma nomás.

¿Y tu mamá que está haciendo? ¿Y tu abuela? ¿Qué le pasó a doña María, tu vecina? ¿Al perro, te lo regalaron? ¿De dónde lo trajiste?

Magalí la miraba desconcertada por tantas preguntas seguidas e intentaba ir contestando en orden las que se acordaba. Una gringa rara doña Sofía. No tenía ojos azules, no era del todo rubia, no pasaba el metro cincuenta… Era ama de casa, amasaba unos exquisitos panes caseros y se encargaba del cuidado de la diversidad de animales que tenía en su casa de campo. De voz chillona y hablar apurado con un tonito preguntón que terminaba logrando que te vayas más rápido de lo que había llegado.

Cuando Magalí nació ella ya vivía en ese lugar. Al parecer vivía ahí hacía cincuenta y cinco años, o sea todos los que parecía tener. Casada con don Ladislao, también polaco. Hombre alto y corpulento, de voz grave y autoritaria. Tanto, que cuando hacía chistes, asustaba. Caminaba un tanto desparejo, ya que trabajando en el campo con el arado había perdido un dedo del pie derecho. Habían tenido cuatro hijos, de los cuales tres de ellos se habían marchado a la ciudad a estudiar, después siguieron su camino y nunca más volvieron. Mientras que Braulio, el anteúltimo, había elegido casarse y vivir en la casa paterna para ayudar a los viejos con la chacra.

La vida de la familia transcurría tranquila a la mirada de los vecinos que muy espaciadamente visitaban la estancia, ya que más de dos kilómetros la distanciaban de la casa más cercana.

Filas y filas de árboles de tung, paltas y palmeras repletas de coquitos naranjas, contorneaban el camino de entrada al lugar. Y detrás de ellos comenzaba la imponente plantación de yerba mate de un lado, y del otro, hectáreas y hectáreas de plantaciones de té.

Magalí llegaba hasta ahí caminando, después de recorrer gran parte del camino bajo la vigilancia de la madre que se quedaba mirándola hasta que se perdía en la curva de la ribada y continuaba viaje sola sin mirada que la acompañara. Ella era feliz, no sentía miedo alguno y le encantaba alejarse de la casa, porque a sus nueve años, se sentía adulta y responsable. Además, iba siempre distraída jugando a la maestra. Con un palito en la mano, marcando todas las formas de provincias que encontraba en la tierra cuarteada por el fuerte sol del norte. Era común ese juego también caminando con compañeros cuando iban o volvían de la escuela. Porque buscar provincias en la tierra era divertido como buscar nubes en el cielo con formas de animales o monstruos o lo que fuera.

Ella había nacido en aquel lugar. Su familia era la única de bajos recursos en la zona. Todos los vecinos estaban bien posicionados debido a sus propiedades y plantaciones que les daban buenas cosechas y evidentemente generaban buenos ingresos, mientras que ellos habitaban una casita sencilla y precaria. Por eso cada vez que podía hacer un mandado iba feliz, porque aprovechaba el momento para espiar, así como al pasar, si la vecina tenía le tele prendida y así asombrarse mirando aquel aparato raro y llamativo que en aquel tiempo solo los más pudientes tenían.

Vivía con su madre, una abuela adoptiva y un hermano cinco años mayor que ella. El negro, como le decían, hacía las veces de padre influyendo en su educación, ya que éste había fallecido cuando ella nació.

Tanto a su hermano como a Nora, su madre, los veía poco, ambos trabajaban duro en la pequeña chacra que les había dejado su padre. No se podían quejar, se alimentaban bien y gracias a la extensa huerta que tenían, no les faltaba sustento en la canasta diaria. Solamente algunas veces tenía que buscar el pan a lo de doña Sofía porque su mamá no tenía tiempo de amasar o no había podido ir al pueblo que estaba a quince kilómetros, en busca de harina.

Así es que Magalí juntaba coraje para llegar, recibir el pan y volver, aturdida por las preguntas de la vecina. No le caía mal, pero no le gustaba que le preguntara tanto. Ella prefería usar su tiempo para ver un poquito la tele o visitar medio de contrabando chivos y terneritos recién nacidos. Muchas veces cuando doña Sofía volvía con el pan, la tenía que ir a buscar cerca de los corrales. Ella solo tenía “al guardián”, un perro viejo a quien mimaba mucho, pero era tan grande de edad que ya no podía acompañarla a ningún lugar. Ella se ocupaba de él siempre con mucho amor y era su amigo más querido.

Un día, como otros tantos que había llegado a ese lugar, se encontró con un panorama distinto. Lo raro fue que doña Sofía solamente la saludó, le tendió el pan y no le hizo ni una sola pregunta. Enseguida notó que su mirada no era la misma de siempre y hasta le pareció que lloraba. Pero Magalí sabía que no debía preguntar o meterse en asuntos de los mayores, así que agradeció el pan y se retiró enseguida. Preocupada por no saber que le pasaba a doña Sofía, regresó lo más rápido que pudo para contarle a su abuelita que su vecina parecía no estar bien, pero su abuela -Que en realidad era una anciana que vivía sola y no tenía quien la cuide, y ellos la adoptaron- era sorda, así que por más que trató de contárselo, no pudo, porque la abuela nunca entendió lo que Magalí quiso decirle. Hizo fuerza para no quedarse dormida y esperar a su mamá, que llegaba muy tarde de trabajar, pero el sueño la venció. Al otro día cuando despertó su mamá y su hermano ya habían salido otra vez hacia el trabajo, así que como no pudo contárselo a nadie, decidió que cuando regresaba de la escuela, con la excusa de ir a buscar el pan, volvería de nuevo a visitar la estancia. Esperaba que doña Sofía haya vuelto a su verborragia habitual, pero no.  Como el día anterior, la señora parecía estar triste y no le daba charla. Magalí le decía “Mi abuela le manda saludos” y revoleaba los ojos hacia el techo, hacia el piso, hacia afuera, esperando una respuesta. “El guardián no quiere comer” y jugaba con la punta del pie haciendo circulitos en el piso mientras su dedo gordo se le escapaba de la sandalia. Todo para ver si ella reaccionaba y le preguntaba algo. Ergo, doña Sofía hacía oídos sordos y parecía no estar ahí.

Justo cuando ya estaba por volver a su casa escucha la camioneta de don Ladislao que llegaba y se le contrae el estómago. No era un hombre malo, pero cada vez que veía a Magalí le decía en un grito: ¡Ford 5! y con la punta del dedo le tocaba la panza. Magalí se asustaba porque la voz de don Ladislao era muy gruesa y él, muy grandote. Además, se reía a carcajadas cuando hacía eso y le daba la impresión de ser un gigante malvado. Pero ya era tarde para correr, don Ladislao se acercaba pesadamente apuntándola con el dedo y en su boca comenzaba a dibujarse la sonrisa sarcástica que no quería escuchar. Entonces oye la voz chillona de la mujer que dice ¡Basta viejo! ¡No molestes a la niña! Pero ya era tarde, el Ford 5 había resonado firme y fuerte seguido de una tremenda carcajada. Magalí alcanzó a decir me voy y salió disparada hacia su casa.

Había hecho escasos metros cuando escuchó el vozarrón del hombre diciendo… ¡Basta Sofía! Tenes que entender que Braulio se fue y no va a volver. Él tiene derecho a irse con su familia a donde quiera. ¡Entonces era eso! Por fin Magalí pudo descubrir la razón del silencio de su vecina. Ella estaba triste porque el único hijo que los acompañaba había decidido marchar. Pobre señora, pensó Magalí, todos los hijos se fueron, por eso está triste. Y buscó un palito y se distrajo buscando formas de provincias en la tierra cuarteada.

En los días siguientes no fue necesario ir a buscar el pan. Nora y el negro habían traído leña y prendieron fuego en el horno de barro.

¡Mamá!

Si Maga, ¿Qué pasa?

¿Sabías que el hijo de los Racjzceski se fue de la casa?

¿Si Maga, sabía…Por qué lo preguntas?

Porque doña Sofía estaba triste.

¿Y vos como sabés eso?

Porque dejó de hablar mucho y preguntar todo. Además, miraba distinto.

Así es Magalí. Así es cuando los hijos se van. A los padres nos cuesta entender, darnos cuenta de que los hijos no son propiedad nuestra.

Pero yo soy tuya mamá, y el negro también…

No Maga, cuando crezcas te irás, como también lo hará tu hermano. Harán su propio camino, irán detrás de sus sueños, viajarán a conocer lugares nuevos y tendrán nuevos amigos…

Magalí se quedó pensativa un momento y contestó. ¡Ah! iré a todas esas provincias que marco con el palito má?

Nora sonrió. Todavía falta mucho tiempo para que Magalí pueda entender… Que los hijos no son de los padres, que son seres independientes, libres. ¡Que así es el ciclo de la vida, aunque nos cueste! Que, así como nuestros padres se fueron un día, también nos fuimos nosotros y hoy, nos toca a nosotros ver volar a nuestros pichones dejando sus nidos vacíos. Porque ellos tienen su propia voz, sus propias alas. Y eso nos hace débiles y egoístas. Porque nuestro amor fue la fuerza que los formó, que los maduró, que les dio la seguridad en sí mismos, y también nuestro amor es la fuerza que los impulsa a la libertad. Nora reflexionó y se prometió en silencio que al día siguiente se haría un momento para visitar a doña Sofía. Seguramente una charla con la vecina, no le vendría nada mal.

Rita Frank