«Buscamos abrirnos, descubrirnos, ser libres»

Su trato delicado y sensible la hacen una persona única. Cristina Imérito deleita a menudo a la población de El Cazador con su maravilloso coro, cuyas voces se entremezclan con la serenidad y frescura de la atmósfera de este hermoso barrio escobarense. Nació en la Capital pero vivió muchos años en Ramos Mejía. A El Cazador llegó “por amor”, tras conocer a su actual pareja, Marcial Rivera, quien vivía allí desde 1980.

Su formación musical es sobresaliente: estudió en el Normal de San Justo y la carrera de música en el Conservatorio Nacional “Carlos López Buchardo”. Se perfeccionó en el Collegium Musicum con grandes maestros como Violeta de Gainza, el maestro Samela y Patricia Stokoe, tras lo cual hizo la carrera de dirección coral con el maestro Antonio Russo en el Conservatorio Provincial de Música «Juan José Castro», en La Lucila. Desde hace casi 10 años dirige el Coro El Caleuche.

¿Siempre te atrajo la música?

Yo creo que fue por las enseñanzas de la profesora de música Evi Zuillinger de Giangrant. Cuando tenía 12 o 13 años, fue la persona que hizo que descubriera la música, la educación musical, de una manera diferente. Luego tuve un gran maestro, Roberto Saccente, en el Normal de San Justo que formó el coro femenino, que integré, logrando mi dedicación por la dirección coral. Después toda mi formación fue con una gran educadora llamada Violeta de Gainza, que fue mi maestra, mi amiga, mi guía. Mi hermana Mónica, que me acompañaba cantando con todos los coros que yo iba armando. En 1970, me caso con Rubén Borghetti, un ingeniero con un don musical maravilloso, él también había estudiado música. Él se dedicó a hacer arreglos musicales y yo dirigía en aquel momento el Coro de la Municipalidad de 3 de Febrero. Fue una época musical muy importante que duró casi diez años. En esa época nacieron mis tres hijos: María Carla, Juan Patricio y Maximiliano.

¿Fue el primer coro que dirigiste?

Así es, después armé varios en los colegios Mariano Echagaray, Instituto Bayard (donde estuve 26 años trabajando como docente de música), otro en Rafael Castillo, eran todos pequeños coros de colegios, desde jardín hasta el secundario. Fue una época de mucho trabajo.

¿Cuándo llegás por primera vez a El Cazador?

A Marcial lo conozco en las clases de biodanza con dos grandes maestros, Verónica Toro y Raul Terren; es una técnica que creó un maravilloso ser fallecido hace poco, Rolando Toro, chileno. Es bailar las emociones, técnicamente hablando, porque es mucho más que eso. Marcial justamente vivía en El Cazador, desde la primera vez que vine ya pasaron 21 años. Me enamoré de este lugar y de todo lo que significa El Cazador y Escobar. El Cazador tiene como una magia especial, donde se logran los deseos, los sueños, la naturaleza ayuda a esto.

¿Y cómo surgió el coro El Caleuche?

Hace unos años que toda la dirección coral, formal, la fui cambiando por una experiencia que tuve: la enfermedad del esposo de una amiga muy querida, tenía un tumor en la cabeza. Él quería cantar y nunca se lo había permitido. Era un hermoso ser humano, entonces con la esposa y sus amigos, que nunca habían cantado, empezamos a reunirnos en casa y armamos un coro. Su tratamiento médico no era agresivo y él –sobre todas las cosas- quería cantar. Y lo hizo hasta quince días antes de morir. Eso constituyó para mi un cambio en la visión de lo que quería hacer de ahí en más; trabajar con gente que dice que no sabe o no puede cantar. Así empezamos a trabajar y terminamos armando un coro. El coro en El Caleuche, originado en un grupo de gente con las características que acabo de describir. Creo que cada ser es una persona con muchísimas puertas, donde abrís una y empiezan a aparecer un montón de cosas maravillosas. Algunos descubren que les gusta pintar, otros escribir, otros cantar. Y a raíz de todo eso empieza a funcionar el canto coral. Se empieza con el canto individual y se culmina buscando la mano del otro. Así fue que cuando me mudé acá fui dejando paulatinamente mis actividades en los colegios para dedicarme a armar un espacio con Marcial, porque él forma parte de este “descubrimiento” y de esta fuerza que creamos juntos, donde uno puede cantar, conocerse uno a otro, crecer, viajar, todo eso lo hacemos desde hace 21 años.

¿En qué año se creó el coro?

En el 2005/2006 comienzo con trabajos individuales, con tres o cuatro personas, y con el tiempo se fueron sumando más, y a partir de entonces se generó el coro, en el 2011/12.

Y fuiste dejando la dirección de los otros coros…

Había dirigido el coro Amicanto que funcionaba en la Capital y el coro San Agustín de Hurlingham, con el que estuve 14 años. También tenía un grupo en Ramos Mejía. El ciclo en esos lugares fue concluyendo y quedamos acá con el coro El Caleuche.

Como el nombre de la quinta que poseen…

Con el coro fuimos a varios encuentros musicales en Villa Gesell donde todo el mundo me pregunta por el nombre El Caleuche de El Cazador de Escobar. Relato entonces un poco su significado y lo que es El Cazador y Escobar.

¿Cuál es su significado?

El Caleuche es el nombre al que le pusimos a nuestra casa y que la gente del coro le puso al espacio. Viene de la mitología del chiloe. El Caleuche es un barco fantasma, que va por debajo y por arriba del mar y cuyos tripulantes eran músicos y solían hacer sonar sus cadenas. Aquellas personas que podían ver ese barco, porque no todo el mundo lo podía ver, era beneficiado en su vida, en su trabajo , en sus relaciones. Entonces quedó como algo mágico, y así fue como seguimos “navegando” en El Cazador. Con gente maravillosa de todas partes que pueden ser de una u otra manera, pero en el que siempre se destaca ese encuentro único, que hace que este lugar sea un paraíso. ¡Y ese paraíso está en Escobar!

¿Cuánta gente integra actualmente el coro?

En este momento somos unos 20.

¿Todos vecinos de la zona?

Son vecinos del barrio, algunos del Cube, también viene gente amiga que ha estado en otros coros que vive en Hurlingham, en Ramos Mejía, en Flores, Belgrano.

¿Qué condiciones debe reunir un vecino para venir a cantar? ¡Pienso también en la gente algo tímida!

¡Acá perdés la timidez! (sonríe) Nosotros, lo digo siempre como educadora musical, nacemos con una libertad importante en el decir, en el hacer, siendo niños. Y vamos frenando un poco eso y empezamos con la timidez por el adulto que a veces nos condiciona. Yo le digo a la gente que no es necesario saber cantar. Muchísima gente asegura: «no, yo no sé cantar». En su historia aparece tal vez una directora que le dijo: “vos no estás en el coro porque no sabés cantar». “Vos si, vos no”. Al niño con eso lo inhibís, es una forma de destruir su creatividad. No solo pasa en la música, también en la pintura o en todo lo que sea creativo. Por ejemplo en el canto simple, puede ser un arrorró o un arroz con leche, quizás uno recuerde que tenía una tía que cantaba muy bien pero que nos decía: “vos no cantes porque desafinás». O tenía un hermano o la maestra que me decía que desafino. Lo que aquí hacemos es un encuentro con la voz, con la voz verdadera, la de adentro. Entonces, se abren ventanas y se descubre que quiero cantar, o quiero tocar el piano o el violín, o quiero pintar, o escribir. Buscamos abrirnos, que esa cosa que tenés ahí adentro aparezca, y que la timidez desaparezca porque no es algo natural, sino impuesta desde afuera.

¿Con qué frecuencia ensayan?

Ensayamos dos veces por semana.

El coro tuvo una activa participación en eventos en El Cazador y también fuera del barrio…

Hemos cantado en la Casa de la Cultura, en el Seminari, en la Cocatedral, en encuentros que organiza el Coro de Villa Urquiza y en Villa Gesell.

Este balneario ofrece un espectáculo de gran prestigio y jerarquía…

Concurren coros de todas partes, de todo el país, inclusive de Brasil y otros países. El año pasado cumplieron 50 años. Generalmente en febrero invitan a los coros para que convivan; nosotros por ejemplo lo hicimos con otros dos coros de Córdoba. Es un encuentro maravilloso. Llegamos un martes y cantamos ese día, miércoles, jueves, viernes y sábado. Es un placer enorme. Y lo disfruta la gente que va de vacaciones. Antes se instalaba allí un director de coro, en esa época era el Maestro Angel Concilio, y armaba el coro de los turistas. Los preparaba durante unos quince días y después los presentaba. Una experiencia muy muy rica.

¿Cuáles son las mayores satisfacciones que has vivido hasta el presente en el mundo de la música?

(Suspira) ¡Es mi vida, es mi vida! Más allá de que hay otras cosas importantes, pero la música ha sido como el sostén emocional de mi vida. Mis tres hijos son también músicos, ellos están en México viviendo y haciendo música. Tenemos como una conexión con la música de vida. Este año tuve la suerte de que pudieran venir para fin de año y por supuesto  cantamos. La música es un alimento espiritual enorme como para aquel que le gusta la pintura, escribir o hacer todas esas cosas que tienen que ver con el ser humano. El apuro de la vida nos hace creer que todo aquello que también es bueno, como las computadoras, que no reniego de ellas, es lo más importante. Y creo que en los colegios tiene que haber coros, música, más arte.

¿No lo hay?

En algunos lugares no. Yo trabajé muchos años como docente, donde se le daba mucha importancia a todo lo que era computación y también al arte musical. Cuando ingresé a trabajar en el Instituto Bayard, yo tendría 19 años, los chicos de 5° año tenían abonos económicos del colegio para ir al Teatro Colón. Esa posibilidad tendrían que tener todos los alumnos de las escuelas, no solo en el Colón sino en otros teatros también, debería ser fomentado. ¿Porque qué es lo que pasa con los chicos? Los chicos tienen una velocidad impresionante por todos los estímulos que van recibiendo y a veces los docentes quedamos como en un tiempo atrás, ellos exigen y exigen, y uno tiene que ir corriendo delante de ellos y a veces eso es imposible. Creo que en educación tiene que haber un cambio importantísimo, a tiempo, y descubrir que todo lo que tiene que ver con la creatividad tiene un peso muy muy importante.

Veo que tenés un piano…

Mi instrumento de base ha sido siempre el piano. Empecé a los 6 o 7 años. En el conservatorio debíamos tocar una vez al mes en un concierto.

¿Cuál es tu música preferida?

Estoy descubriendo un montón de ritmos que en un principio decía no, esto no. Toda mi vida, mi infancia, ha sido música clásica. Y recuerdo que mucha gente me decía cómo no conocés a Santana, por ejemplo. Pero en ese momento yo estaba con Bach, Beethoven, Chopin. Después fui descubriendo otra música, otros ritmos, y ahora todo me apasiona. Incluso hasta la más simple. Creo que la música simple, como se la llama, tiene también una riqueza y un valor por la persona que la hizo. No soy quién para decir esto está mal, esto es feo. En este momento estoy abierta a escuchar todo, porque todo me enseña.

¿Recordás alguna anécdota o episodio curioso que viviste dirigiendo el coro?

Un día de mucho mucho frío tuvimos que cantar en un acto celebrado en la plaza del mástil, en la entrada a El Cazador, y nos habían pedido cantar dos canciones; el orador que habló sobre la fecha patria lo hizo durante más de una hora y nosotros estábamos congelados, no dábamos más. ¡Finalmente pudimos cantar un solo tema! ¡Pero lo bueno fue que había chocolate caliente!